“No escribí prácticamente nada en un año. Mi esposa y yo hacíamos traducciones para llevarnos el pan a la mesa y el resto del tiempo me dedicaba a continuar con mis alocados proyectos financieros.—confesaba Paul Auster al recordar un momento de inspiración —. Por momentos pensaba que estaba acabado, que nunca escribiría otra palabra. Entonces, en diciembre de 1978, asistí a un espectáculo de danza cuya coreografía había compuesto el amigo de un amigo y allí me ocurrió algo. Una revelación , una epifanía —no sabría cómo llamarlo. De repente se abrió ante mí un mundo lleno de posibilidades. Creo que tuvo que ver con la absoluta fluidez del espectáculo, el movimiento continuo de los bailarines que giraban sobre el escenario. El simple hecho de contemplar a hombres y mujeres moviéndose en el espacio me llenaba de una sensación cercana a la euforia. Al día siguiente me senté y comencé a escribir “Espacios blancos”, una pequeña obra de género impreciso , un intento de traducir en palabras la experiencia de aquel espectáculo de danza. Fue una liberación, un tremendo desahogo y ahora recuerdo aquel incidente como un puente entre el acto de escribir poesía y el de escribir prosa. Aquella obra me convenció de que aún había un escritor dentro de mí.”
(Imagen —Gustave Caillebotte)