MAPIA KATEIKA

 

“A sus noventa y seis años, su esposo —Stéfanis Manusos —, abandonando todo quehacer, tomaba el sol cerca de ella, al costado de la sencilla casa solitaria, en un extremo de la aldea donde ya los ruidos de gentes casi no existían. La vida de Mapia Kateika era bien simple: dormía poco, se levantaba al alba. Apoyada en sus dos gruesos bastones, sin encorvarse —arrastrando ligeramente el pie derecho por culpa de dolores desde hacía años —, salía fuera, al aire, a las extensiones, puesto que ella había dicho siempre que “su casa” era todo aquello.., colinas y llanuras, la hilera de árboles y la curva suavidad de los montes… No conocía Atenas. Era la más anciana de todo Corinto, tampoco había viajado nunca por Grecia. De Europa —de todos los continentes y mares, de cuanto Dios había creado y distribuido en el planeta —, Mapia Kateika sólo conocía aquella amplia llanura hacia un lado, a la izquierda.., unos llanos que cambiaban bajo estaciones y climas, como cambiaba la derecha — y ella lo contemplaba, girando sobre sus dos bastones —, el largo lomo de las cimas pobladas de árboles, oscurecidos unas veces tras las cortinas de lluvia, e iluminados otras entre las ráfagas del sol. Aquella era su vivienda: a quien se preguntó luego por sus costumbres, conversaciones y dichos, sólo se pudo responder que Mapia Kateika reconocía como posesión todo aquello que estaba contemplando allí, sentada en medio de su simple pobreza: aquello que dominaba con la vista desde su nacimiento, en lo que ella había crecido y en donde había descubierto el mundo: todo parecía ser “suyo” hasta el fin, “posesión de sus ojos” que allí podían descansar amorosamente, y propiedad de una mirada que distinguía hasta el menor matiz y la más diminuta variación de color. Allí desarrollaba su vida, esencialmente en la vejez, entre los olores de animales y todos los sabores del campo reunidos.”

José Julio Perlado —“Contramuerte”

 

(Imágenes—1-mujer griega -absolut viajes/ 2- René Burri – 1957)