VENECIA INUNDADA

 

 

“Con menos de un metro de desnivel, muchas zonas de Venecia ya quedan anegadas; la alarma salta cuando se sobrepasa el metro diez. En aquella terrible noche del 4 de noviembre de 1964 —cuenta Tiziano Scarpa en “Venecia es un pez” —, mi padre llegó a casa nadando. Las sirenas que daban la alarma durante las incursiones aéreas en la Segunda Guerra Mundial se han quedado en lo alto de los campanarios. Ahora anuncian las incursiones marinas, cuando el agua alta está por llegar: te despiertan a las cinco, a las seis de la mañana. Los habitantes adormilados colocan en las entradas compuertas de acero, insertan unos pequeños diques en marcos de metal recubiertos de goma, montados en las jambas de la puerta de sus casas. Es preciso defender también las ventanas de las plantas bajas que dan a los canales henchidos de agua. Con frecuencia no hay nada que hacer, el agua brota de las alcantarillas, fluye a través de las grietas de los suelos, estropea los muebles, empapa las paredes, descascarilla el trabajo de los pintores. Los comerciantes se afanan por poner en marcha las bombas hidráulicas, quitan a toda prisa las mercancías de los estantes más bajos.

 

 

Recuerdo, hace años, después de una marea alta muy fuerte, los puestos improvisados delante de las tiendas para liquidar zapatos arruinados por la inundación. Al alba salen cuadrillas especiales de barrenderos para montar las pasarelas de madera en las calles sumergidas. Los estudiantes de bachillerato calzados con botas de goma que llegan hasta la rodilla, o directamente con las de pescar, que cubren toda la pierna, se ofrecen a llevar a los amigos que salen de casa con zapatos normales; transportan a los profesores a caballito,  con los brazos al cuello y las piernas ceñidas a las caderas, los aferran por debajo de las rodillas. Con treinta siglos de distancia, encarnan a Eneas poniendo a salvo a su padre Anquises al huir de Troya en llamas. Si has salido con el calzado inadecuado, entras en la tienda de ultramarinos y pides un par de bolsas de plástico, te envuelves los pies con ellas y te atas las asas alrededor de los tobillos. Los jóvenes con carritos para el transporte de mercancías trasladan a los viandantes, cruzan charcos anchos como piscinas, los depositan en el suelo, completamente secos, aceptan una moneda.  Los turistas sacan fotos, pasean descalzos con los pantalones arremangados, estilo pirata. Siempre hay alguno que pasea alegre, exultante,  se desternilla de risa, no advierte que se acerca peligrosamente al borde de la “fondamenta” sumergida, la orilla invisible debajo de sus pies ha terminado, pero él sigue andando con el agua a la altura de los tobillos hasta que pierde pie y se hunde en el canal.”

 

 

(Imágenes—1- Martino Pietropoli/ 2-John Leslie Berck -1897 / 3- Henri Edmond Cross)