«Correjir – escribió con su j característica Juan Ramón -, ordenar la sorpresa«. Lo recordaba Ricardo Gullón en «Papeles de Son Armadans« en 1960 cuando estudiaba el «Platero» revivido, es decir, las variaciones y correcciones que el poeta de Moguer hizo en su famoso libro. «Corregir, para Juan Ramón –decía Gullón -, era, por de pronto, revivir lo escrito. (…) Creo que fue André Gide quien escribió: «todo está dicho, pero como nadie escucha es preciso volver a empezar continuamente». (…) El gran poeta moguereño hablando conmigo de las distintas versiones de sus poemas, me dijo, entre otras cosas: «Escribo siempre de un tirón, a lápiz, luego lo dicto o lo pone Zenobia a máquina, y lo veo objetivado, fuera de mí. Entonces sí lo corrijo despacio, pero después, una vez que lo dejo, ya no me ocupo de él; si años más tarde lo releo tal vez cambie un adjetivo, una palabra, si en la nueva lectura el cambio se impone por sí».
«En la relectura – seguía diciendo Gullón – Juan Ramón «vivía» otra vez la intuición originaria; volvía a sentir el impulso creador, y la imaginación, encendida de nuevo, suscitaba cambios, alteraciones, mucho más hondas y vastas de lo en principio pensado. Añádase a esto la inexorable mirada crítica con que veía todo lo suyo y se comprenderá la causa de aquella incesante rectificación a que sometía su trabajo. (…) Toda su obra se le aparecía, en determinados momentos, como original a retocar, a concluir y, en sus últimos tiempos, al publicar «Españoles de tres mundos» y «Animal de fondo» señaló su carácter de libros provisionales, incompletos. Sus mejores libros le parecían sinfonías o sonatas inacabadas y ninguno se sustrajo a la ley de tan imperioso rigor perfeccionista. ¿Cómo podrían sustraerse, si esa norma rechazaba cualquier excepción y se aplicaba cada día en alguna parte del vasto dominio juanramaoniano? Sustituir, eliminar, añadir…, y siempre la posibilidad de un hallazgo fulgurante, un complemento feliz, la brasa viva en vez del rescoldo».
Ordenar la sorpresa es corregir. Pero mientras esto se hace pueden llegar – es fácil que lleguen – muchas más sorpresas.
Sobre las virtudes y defectos de las correcciones he hablado algunas veces en Mi Siglo; también de la paciencia, de la serenidad: las frases de Monterroso:
Tal paciencia – como recordé ya en su momento – se la quiso confesar Monterroso a Graciela Carminatti:
– Creo que el consejo latino –dijo el mexicano– de guardar las cosas unos siete años sigue siendo bueno. Yo añadiría el de pensarlas.
-¿Y que ocurre si uno se muere antes?
Y Monterroso contestó:
-Nada».
Un complemento a la serenidad de Juan Ramón.
(Imágenes.-1.-Georges – Émile Lebacq.- lumiere d´eté a Cagnes sur mer.-1918/2.-Thomas Hart Benton)