«Pensemos en el momento en que nos encontramos con una persona a la que nunca hemos visto – dice Tullio Pericoli en «El alma del rostro» (Siruela) -: es tan fuerte el deseo de averiguar, por su rostro, cómo es esa persona, si me es afín o no, qué carácter tiene, que casi la devoramos con los ojos. Por alguna rendija tratamos de entrar dentro de ella, para sacar algo de su interioridad, algo que está a mayor profundidad que su cara. Lo primero que querría saber, al encontrarme con otro rostro, es si la persona a la cual pertenece ese rostro me será amiga». Varias veces en Mi Siglo he hablado del rostro. Sobre todo de las palabras de Emmanuel Lévinas «el rostro es lo que no se puede matar, o, al menos, eso cuyo sentido consiste en decir: «No matarás». Ahora que tantos rostros se desprecian y destrozan bajo estampidos de matanzas incontroladas – rostros de adultos, rostros de niños -, esos mismos rostros y otros muchos nos interrogan sobre el valor de la dignidad.
«Yo miro siempre un rostro con interés –continúa Pericoli -. Lo interrogo y espero una respuesta. Una respuesta que sin embargo temo, porque en ese momento estoy poniendo en juego también mi rostro. Valéry dice que nuestro rostro nos es extraño. Pero ¿es exactamente así? Yo creo que, aunque no nos demos cuenta, siempre tenemos conciencia de nuestro rostro. Estamos siempre en relación con nuestro rostro y sabemos que es la primera imagen que ofrecemos a los demás. Es nuestro rostro el que nos obliga a ponernos en relación con los ojos fugitivos de un transeúnte».
El rostro ha sido siempre tema de precisos ensayos y de exposiciones. A veces, ese rostro reflejado en autorretratos de artistas, como sucede ahora con la muestra que está teniendo lugar en Copenhage. «Muchas veces, cuando cierro los ojos – escribió John Berger en «Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos» (Hermann Blume) -, se me aparecen unas caras. Lo más extraordinario en ellas es su claridad. Cada cara tiene la nitidez de un grabado. (…) La cara me mira de frente y, sin palabras, sólo con la expresión de los ojos, afirma la realidad de su existencia. Como si mi mirada hubiera gritado un nombre, y la cara, al devolvérmela, respondiera: «¡Presente!».
Ese «presente» en la actualidad de los rasgos es lo que Umberto Eco evoca al recordar que el rostro es el espejo del alma. En ocasiones, esos rasgos son tan reveladores que ellos amenazan con desvelarnos incluso la profesión del padre. En «De los espejos y otros ensayos«, Eco anota lo que Alejandre Dumas va dibujando en un rostro de «Los tres mosqueteros«: «Rostro largo y moreno; pómulos salientes, señal de astucia; músculos maxilares enormemente desarrollados, indicio por el que se reconoce infaliblemente al fanfarrón… ojos abiertos e inteligentes, nariz ganchuda, pero de línea elegante...»
Señales que van abriendo poco a poco el misterio del rostro y rostro que va mostrando poco a poco una actitud. Rostros entreabriendo secretos y secretos a los que puede acompañar la música.
(Imágenes:- 1.-Pierre Houcmant/ 2 y 3.-Andrzej Dragan/ 4.-Yousuf Karsh)
(video: The Cinematic Orchestra.-To Build a Home)
Magnífico comentario. Qué importante es mostrar una cara amable a los demás e incluso a uno mismo. Una sonrisa es una caricia al otro. Una mirada entrañable es decir qué bien que estés aquí a mi lado, es hablar sin palabras. O mejor dicho, es decir, hablar, pronunciar palabras desde el silencio del alma.
Un saludo, mluz.
Mari Luz,
el rostro con el que acompañamos al rostro que nos mira… Toda una vida.
Gracias por tus palabras.
Saludos.
¡Bellísima entrada! ¡Cuánto dice un rostro sin hablar!… Incluso un rostro impenetrable.
Gracias por hacernos disfrutar y ¡feliz Navidad!
Balbuciendo,
cada rostro – como cada persona, como cada alma – es único e irrepetible.
Gracias por tus palabras.
¡Feliz Navidad!
Felices fiestas, José Julio y, como siempre, gracias por este magnífico blog de Maestro y Artista.
Carmen
Carmen,
Muy feliz Navidad para ti, mis mejores deseos para el próximo Año y muchas gracias por tus amables palabras.