Paseo por este Retiro madrileño de hoy, descendiente de aquel Buen Retiro de tantos espectáculos y acontecimientos. Avenidas desiertas bajo los árboles, soledad de paisajes que guardan aquí, cerca del Casón (que fuera pabellón de fiestas de aquel Palacio) el brillo de los maravedís que se gastaron, el sonido de las pompas, danzas, justas, reuniones literarias, comedias, banquetes y corridas de toros de aquellos carnavales de 1637. El 15 de febrero de aquel año – cuentan Jonathan Brown y J.H. Elliott («Un Palacio para el Rey«) (Alianza) –Felipe lV (que había participado en un banquete en casa del banquero genovés Carlos Strata en su casa de la Carrera de San Jerónimo) acompañado por el Conde Duque de Olivares se encaminó al Retiro a a la luz de las antorchas. Quince cuadrillas de jinetes, vestidos de negro y plata, entraron en el coso a los acordes de la música; luego hizo su entrada el rey, también de negro y plata, y los jinetes se dividieron en dos grupos, uno encabezado por el rey y otro por Olivares. En este momento hicieron su aparición en el coso dos carros triunfales que arrastraban bueyes disfrazados de rinocerontes, situándose uno a cada lado del palco de la reina. Las diversiones prosiguieron durante tres horas y el coste de aquella fiesta ascendió a 70.000 ducados.
Luego paseo por la sombra y la luz de los recuerdos y entre las estatuas evoco aquellos fastos de luz artificial que en el Palacio del Buen Retiro hacían posible la representación nocturna de comedias. En mayo de 1633 – siguen contando los dos historiadores – el embajador Fulvio Testi fue invitado por el Conde Duque de Olivares a presenciar una comedia en el Retiro, «brillantemente iluminada con antorchas y lámparas de plata y con otras luces, todas de cera«. Le recibió el famoso portero de Olivares, Simón Rodríguez, quien le acompañó a un balcón de la estancia. Poco después llegaron el rey y la reina; sus majestades tomaron asiento bajo un baldaquino y las veinticuatro o veintiseis damas de honor se sentaron en dos grupos en el suelo. Cuatro enanos y bufones de cada sexo, ataviados a la antigua usanza de los reyes y reinas de Castilla, se sentaron a los pies de los tronos reales. Del lado de la reina, fuera del baldaquino y separada por un biombo dorado de las Indias, se sentaba la condesa de Olivares sobre cojines de terciopelo rojo, mientras que el Conde Duque, apoyado en la pared cerca de la puerta, tomaba asiento sobre un taburete del mismo color, tras una celosía dorada. El resto de las damas de la corte, «una multitud infinita«, acudió a ocupar sus sitios para descubrir que de ninguna manera había espacio para todas.
Después salgo del Retiro, cruzo la calle de Alfonso Xll, abro el libro que llevo entre las manos: «España: tres milenios de Historia» (Antonio Domínguez Ortíz) (Marcial Pons). Leo: «Se comenzó el Retiro cuando su construcción sólo podía dar pábulo al chismorreo habitual; pero, al terminarse, ya las críticas eran más serias, porque en vísperas de los decisivos acontecimientos de 1640 el estado de la nación no permitía gastos superfluos. Los gastos ya triplicaban los ingresos ordinarios (…) Las Cortes, muy presionadas, votaban nuevos impuestos, pero como no era posible esperar a que produjeran los rendimientos esperados, se multiplicaban los arbitrios, los donativos supuestamente voluntarios, las ventas de vasallos, de cargos, de tierras baldías…Incluso se envió a la Casa de la Moneda para ser acuñada la mayor parte de la plata que existía en los reales palacios…»
Y así, leyendo y leyendo, me pierdo pensativo por el Madrid actual.
(Imágenes.-1-2-3-fotos JJP/ «El Palacio del Buen Retiro en 1636-1637».-atribuido a Jusepe Leonardo.-Museo del Prado)
JJ,
El Buen Retiro… qué de maravillas: allí comienza El contenido del corazón de LR, si no recuerdo mal.
Si tuviese tiempo -hoy o mañana- seguiría tu ruta. Gratitudes,
Q.-