“La locura de la lentitud — contaba el escritor argentino Enrique Méndez Calzada — fue por aquel entonces una plaga social que hizo no pocas víctimas. El ritmo de la vida colectiva se había tornado vertiginoso, como consecuencia del creciente perfeccionamiento de los medios de locomoción, y no faltaron en los diferentes países, gentes de temperamento débil, verdaderos valetudinarios, que reaccionaron contra esa aceleración del ritmo vital. Estos desdichados enfermos se negaban a viajar en los buques-torpedos y en los expresos aéreos, alegando que su velocidad vertiginosa les impedía ver cosa alguna. Llegaron a fundarse sociedades pro-lentitud, y los millonarios en viaje de turismo pagaban sumas fantásticas por una excursión campestre en carreta de bueyes. Era un lujo de príncipes que muy pocos mortales podían permitirse. La inmensa mayoría de los hombres no tenía más remedio que aceptar de buen grado las indiscutibles ventajas de las velocidades vertiginosas.”
(Imagen— Slim Aarons)