“La calle, una de las vías principales de la ciudad, durante todo el día rebosaba de animación ( …) Miraba a los transeúntes en masa y pensaba en ellos como formando una unidad amalgamada por sus sus características comunes. Pronto, sin embargo, descendí a los detalles — seguía diciendo Edgar Allan Poe en “El hombre de la multitud” — y observé con minucioso interés las innumerables variedades de tipos, vestidos, aires, portes, aspectos y fisonomías.
La gran mayoría de los que pasaban tenían el aire satisfecho de gente ocupada y su única preocupación parecía ser la de abrirse paso entre la muchedumbre. Llevaban las cejas fruncidas y volvían sus ojos rápidamente en todas direcciones. Cuando eran empujados por otros transeúntes no daban el menor signo de impaciencia sino que se componían un poco la ropa y continuaban su camino.
(…) Vi traficantes con ojos de halcón que brillaban en unas caras cuya única expresión era de abyecta humildad. Porfiados mendigos profesionales que apartaban a los pobres de mejor aspecto y a quienes solo la desesperación les había lanzado en medio de la noche a implorar caridad, inválidos débiles y depauperados a quienes la muerte había señalado con su mano y que se tambaleaban entre la muchedumbre, mirando suplicantes a todas partes en busca de alguna posibilidad de consuelo, de alguna esperanza perdida. Modestas jóvenes que volvían de una larga y prolongada labor, hacia un hogar (…) Borrachos innumerables e indescriptibles, unos harapientos y llenos de remiendos, haciendo eses, desarticulados (…) Junto a todos estos había pasteleros, recaderos, cargadores de carbón, barrenderos, organilleros, vendedores de canciones, obreros cansados de todas clases y todo este turbión moviéndose en medio de un recinto atronador y de una desordenada vivacidad, que irritaba el oído con sus discordancias y producía una sensación dolorosa en los ojos.”
(Imágenes —1-Robert Doisneau – 1969/ 2/ Giacometti 1948/ – 3- Hannes Kilian -1965)