Cotidianos paseos de Thomas Mann como él así lo anota en sus «Diarios» ; paseos también de W.G. Sebald ; paseos siempre de Robert Walser. Varias veces he hablado de tales paseos en Mi Siglo. En el caso de Julien Gracq, el excelente escritor francés, profesor de geografia, enamorado de la geología y de la Historia, recluido al final de su vida en su villa natal de Saint-Florent- Le – Vieil, los paseos podrían extenderse «a lo largo del camino» – tal como reza el título de uno de sus libros, (Acantilado) – y sus pisadas saldrán de los libros hacia la naturaleza para volver luego, a media tarde, desde la naturaleza hasta los libros. » Aquí domina el abedul – va caminando y diciéndose Julien Gracq en sus «Capitulares» (Días contados)-, silueta más grácil contra el cielo que la de ningún otro árbol, unida a castaños aislados, a la rica vegetación amarilla, salpicada de rosetas más claras, a bosques de abetos jóvenes aún; acá y allá un roble de Ruysdaël estira a gran distancia la tienda sombría de sus ramas bajas; entre los troncos espaciados, el brezo siembra por doquier de flores moradas una felpa seca, algo así como una esterilla asurada y flameada; las veredas húmedas y verdes, abiertas para los cazadores en el monte bajo, desaparecen sumidas en el temblor de los helechos casi arborescentes. De
trecho en trecho, un sembrado de centeno o de maíz, henchido como un atolón que golpea la resaca de las malas hierbas y que defiende escasamente de la caza su barrera de rejilla metálica y su guardia mayor de espantapájaros. Saliendo casi de debajo de los pies, salpica por todos lados, en las revueltas de los senderos, la recia bofetada de las alas de los faisanes, que resuellan y roncan como una motocicleta al arrancar; al compás del trotecillo oscilante y mecánico de los conejos se sacuden y destellan a través de la hierba esos traseros menudos y cándidos; las ardillas flotan y se devanan de rama en rama,
como flexibles boas de plumas pelirrojas, casi inmateriales; los erizos revuelven con el hocico, despaciosos y sagaces, la alfombra de hojas secas. Todos los paseos – y el sendero serpenteante desconcierta enseguida y desvía del mundo habitado – se convierten en una escapada maravillosa al mundo de las fábulas, por donde avanzamos con el corazón un tanto palpitante por las revueltas de todas las sendas; el paso del hombre entre las criaturas silvestres no propaga aquí, a muy corta distancia, sino una ola de alarma muy débil que se cierra en el acto a sus espaldas igual que una estela en la mar.»
Los pies de los escritores parecen palabras y el rumor de las palabras va pisando las hojas de prosa, las acaricia a la vez, y la voz camina sobre el silencio de la naturaleza.
(Imágenes:- 1.-Fulvio Roiter.-Brujas.-1959/2.-Beacon Fell/3.-Albert Renger-Patzsch.-1936)
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