SEBALD Y LOS VAGABUNDOS

 

 

Recuerdo al narrador, que presenta el gran escritor alemán, W G Sebald,  cuando por la noche, se refugia de la lluvia en la sala de espera de la estación de Innsbruck: “Uno tras otro. — escribe —  iban apareciendo los vagabundos; apenas se hubiera podido decir por dónde. Al final en total había una docena de vagabundos y una vagabunda. Formaban un grupo animado alrededor de una caja de cerveza Gösser que, como por arte de magia, y hasta cierto punto surgida de la nada por encantamiento, de pronto se encontraba en el centro de todos ellos. Unidos por el alcoholismo tirolés conocido mucho más allá de las fronteras del país por su extremosidad, se han propagado estos vagabundos de Innsbruck, unos apenas recién separados de la vida burguesa y otros completamente perturbados, todos ellos con un cierto toque filosófico e incluso teológico que trataba tanto los acontecimientos del día como la razón de todas las cosas, a pesar de que justo a quienes tomaban la palabra a voz en grito se les solía atascar el discurso a mitad de la oración. Con la mayor teatralidad y determinación de las que eran capaces, los vagabundos acentuaban sus aclaraciones de turno en cuanto a lo que en ese preciso momento constituyera un tema de debate, e incluso cuando uno de ellos denegaba algo que se había dicho, gesticulando con la cabeza rebosante de desprecio porque la idea que tenía en ese preciso instante no podía expresarla con palabras, parecían proceder sus gestos del repertorio de un arte de representación particular, completamente desconocido en nuestros escenarios. Es posible que esto se debiera a que los vagabundos, quienes, en su totalidad, sostenían una botella de cerveza en su mano derecha, actuaran mancos y con la izquierda. Y posiblemente, deduje sobre la base de esta observación, fuese oportuno que a todos los estudiantes de arte dramático, al inicio de su carrera, a lo largo de un año se les atara la mano derecha a la espalda.”  Más que un nuevo episodio en la historia del realismo todo este texto parece un afectado eco de sensibilidad romántica tan frecuente en Sebald ante este tipo de observaciones del mundo.

(Imagen — Dmitry Baltermants)

PAPELERÍA SALAZAR

 


Ahora va a cerrarse la papelería Salazar nacida en 1905. Me veo entrar en abril de 1993 en esta papelería de la calle de Luchana de Madrid para comprar unos cuadernos. Son cuadernos de tapas duras, de muchas páginas, con estas páginas blancas, de pequeños cuadritos, tamaño folio, tomo el metro que me acerca hasta la Biblioteca Nacional y allí, en un pupitre de la Sala General, comienzo el  18 de abril mi novela “Lágrimas negras”. La iré escribiendo en 18 meses y cada día anotaré a lápiz, encima de la línea de la pluma, la fecha de mi trabajo. El cuaderno se extiende como un campo blanco, habitan en él los personajes, mi letra, que entonces era clara y diminuta, trazada con una punta azul, extiende situaciones, humor, conflictos, en general una velocidad de escritura con pocos retoques, casi sin tachaduras, cada mañana sé lo que voy a escribir y el cuaderno lo recibe mansamente.  Acabo el libro el 7 de diciembre de 1994.

Muchos años antes, en los 70, entro en la papelería Salazar a comprar unos cuadernos. Son siempre los mismos, De tapa verde o azul. En el centro, arriba, dentro de un recuadro, aparece dibujada la palabra “Miquelrius”. Ellos no saben que aparecerán en mis Memorias. Yo tampoco. Hemos entablado una estrecha relación familiar y ellos me han presentado a sus hijos. Mientras yo escribo “Contramuerte” a lo largo de  7 años los cuadernos viajan conmigo. Han conocido París, Roma, el mar, los campos, han descansado en armarios y sus hijos, de tamaño más pequeño, me han recibido  siempre en confidencia. En ellos he escrito “Diarios” desde el 94 hasta el 2017, antes de pasarme al ordenador. En esos hijos de los cuadernos grandes guardo  relatos,  notas, descubrimientos.  De repente leo en uno de ellos una frase de Van Gogh a su hermano Teo: “tengo la paciencia de un buey”. Lo creo. Lo he anotado. Lo comparto. En otro pequeño cuaderno encuentro la confesión de Sebald diciendo qué hay que leer y escribir cuando a uno le es imposible leer o escribir. Miles de anotaciones. Decenas de ideas. Cientos de sugerencias.

Luego, cuando pasó por última vez ante la papelería Salazar veo el bosque de donde han salido estos cuadernos. Está el bosque lleno de mi escritura, años enteros de páginas. De  vez en cuando se oyen piar los pájaros.”

José Julio Perlado

 

 

(Imágenes-1- Brígida Baltar- 2004- artnet/ 2- papelería Salazar)

PETER HANDKE

 

 

“Una extraña sensación al desenvolver la blanca y aromática mantequilla en la cocina y olerla — escribe Peter Handke en “El peso del mundo”, su Diario de 1975 a 1977 —, al cortar los primeros rabanitos de este año y llevarlos también a la nariz: con un gesto así evocamos los olores de la niñez, aún cuando todos esos objetos no pudieran estar entonces tan cerca de nuestras narices; ahora hay que acercarlos para oler y sentir algo que en nuestra niñez nos penetraba sin necesidad de llevárnoslo a las narices: ¿se han debilitado los olores? ¿ o es que olemos peor? De todos modos, lo que entonces en el curso del tiempo y de los acontecimientos vivíamos “sin más”, tenemos que aproximárnoslo hoy caprichosa, intencionada y premeditadamente”.

 

 

El hoy galardonado con el Premio Nobel de Literatura , cuando fue fotografiado por Patrick Zachmann para Magnum, presentó su casa-ermita de Chaville, en los alrededores de Paris, como un refugio de bosques y libros, los cuales, como recuerda Alessia Tagliaventi, no están enjaulados en estanterías, sino que se amontonan donde pueden, en los escalones o en el suelo. Quien ha estado allí cuenta que también los lápices y las plumas se encuentran por doquier, junto a numerosos objetos de toda índole. No hay ni la sombra de un ordenador. Parece – dice Tagliaventi – que este escritor, extremadamente prolífico, es el único que continúa escribiendo sus textos a mano.

 

 

Envuelta su figura en numerosas polémicas, ha sido muy celebrado por diferentes autores. El gran escritor alemán W. G. Sebald le dedicó un penetrante ensayo en “Pútrida patria”, un volumen de crítica literaria. Sebald comentaba el libro de Handke, “La repetición” , que tanto le había impresionado. “Handke – decía Sebald – quería hacer visible un mundo más bello gracias únicamente a la palabra.”

Peter Handke y sus libros tendrán mucho más eco con el galardón otorgado hoy.

 

 

(Imágenes —1-Handke- Wikipedia/ 2-libertad digital/3- modern times rewiew/4-El mundo)

SALIR DEL NOCTURAMA

 

”Esta mañana en mi cuarto de trabajo, en casa, me han rodeado como siempre que escribo murciélagos y jerbos de Egipto, erizos, búhos y lechuzas nativos, zarigüeyas australianas, martas, lirones y lémures que saltaban de rama en rama, corrían velozmente de un lado para otro entre mi cuaderno y mis libros, y también por el suelo de arena amarillo grisáceo o desaparecían de pronto en el bambú. Me había sentado un rato con Sebald para leer juntos “Austerlitz” y la verdad que de toda la mañana solo persiste en mi recuerdo el mapache, al que observé largo rato mientras  él estaba con rostro serio caminando junto a mi ordenador, lavando una y otra vez el mismo trozo de manzana, como si confiase en poder escapar mediante esos lavados, que iban mucho más allá de toda meticulosidad razonable, aquel mundo falso al que, en cierto modo sin comerlo ni beberlo, había ido a parar.

Por lo demás, de los animales que albergaba el Nocturama de Amberes en donde yo estaba escribiendo, sólo recuerdo que varios de ellos tenían unos ojos sorprendentemente grandes y esa mirada fijamente penetrante que se encuentra en algunos pintores y filósofos que, por medio de la contemplación o del pensamiento puros, tratan de penetrar la oscuridad que nos rodea. Además, creo que me rondaba también por la cabeza la pregunta de si, al caer la verdadera noche, cuando el zoo se cerraba al público, encendían para los habitantes del Nocturama la luz eléctrica, a fin  de que, al hacerse de día sobre su universo en miniatura invertido, pudieran dormir con cierta tranquilidad…

Por entonces – era el fin de la mañana – me llamaron a comer. Tardé mucho en poder salir del Nocturama. Me rodeaban todos los animales puesto que cuando uno escribe arrastra durante mucho tiempo lo vivido. Por eso, ya en el comedor y ante mi plato, sin  duda provocado por la visita al zoo con mi lectura y con mi pluma, seguí viendo las jaulas para leones y leopardos empotrados en los nichos de mármol y acuarios para tiburones, pulpos y cocodrilos. Estuve largo tiempo esperando a que se fueran del comedor pero no se fueron. Es la pasión por la escritura.”

José Julio Perlado

 

 

(Imagénes- 1-Stanley Spencer/ 2- tapiz de mitad del siglo XlX)

CUANDO SE LEVANTA LA MAÑANA

 

 

“Cuando se levanta la mañana,

el frescor de la noche,

se traslada al plumaje

de los peces; cuando otra vez

se hace visible el contorno

del aire, confío a veces

en la tranquilidad y me propongo

empezar de nuevo, una excursión

quizá a una comarca

para ornitólogos camuflados.

Ven, hija mía, ven,

dame la mano, nos vamos

de la ciudad, te enseñaré

el molino, dos veces al día movido

por la marea,

un milagro crujiente

de ruedas y correas,

que traslada la fuerza

del agua a la piedra,

al polvo goteante

y los cuerpos de las arañas.

 

 

(…)

Dime, niña,

¿te oprime el corazón como a mí,

un banco de grava acumulada,

año tras año,

por las olas del mar,

hasta el norte,

cada piedra un alma muerta

y ese cielo tan gris,

tan uniformemente gris,

y tan bajo

como no he visto antes

otro cielo?”

W G Sebald – “Del natural” (traducción de Miguel Sáenz)

 

 

(Imágenes -1- huchthausen/ 2- Biserko Fercek / 2-  cortesía Harvey Doerkesen – National Geográfic)

LOS VIAJES REDUCIDOS

 

“Hay algo espantoso en la vida que llevamos actualmente, no visitamos nunca dos veces el mismo sitio – confesaba W. G. Sebald – . Un año nos vamos a la India, al año siguiente a Perú y un año después a Groenlandia. Porque hoy cualquiera puede ir donde le apetece. Yo en canbio prefiero mucho más conocer media docena de lugares que signifiquen alguna cosa para mí antes que decir al final de mi vida, “yo he estado en casi todas partes”. En una primera visita no se aprende gran cosa. Yo tengo, por ejemplo, un sitio preferido, la isla de San Pedro sobre el lago de Bienne, en Suiza. Allí me he sentido como en mi casa, aunque parezca extraño, porque aquello es un mundo en miniatura. Una finca, una granja. Una viña, un prado de manzanas, un cerezo y un jardín. Es como cuando uno era niño y se dibujaba un rincón. No me gusta lo que se presenta a gran escala, ni en arquitectura ni en términos de evolución. Para mí, eso es una aberración. En lo que me concierne, el ideal estético y moral es algo muy pequeño y al mismo tiempo autónomo”.

(Imagen –Joaquim Vayreda– 1878)

W. G. SEBALD Y ROBERT WALSER

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«Empezando unas veces por aquí y otras por allá –confesaba W. G. Sebald -, desde hace años recorro las novelas de Walser, en parte en «Escrito a lápiz», y, siempre que reanudo mis lecturas discontinuas de sus escritos, miro también las fotografías que hay de él, siete estaciones fisonómicas muy diversas (…)  Car Seelig cuenta que una vez, en un paseo con Robert Walser, cuando estaban llegando a la localidad de Balgach, hizo una observación sobre Paul Klee y, apenas había pronunciado ese nombre, vio al entrar en Balgach, en un escaparate vacío, una tabla con la inscripción «Paul Klee: Tallador de candelabros de madera«. Seelig no trata de dar ninguna explicación a ese curioso suceso. Se limita a registrarlo, quizá porque precisamente lo más extraño es lo que más deprisa se olvida».

Es muy interesante pasear del brazo de un gran escritor como W. G. Sebald para alcanzar el ritmo de los paseos de otro gran escritor como Robert Walser. Los pasos y paseos de los admirados y admiradores lectores adelantan su marcha sobre los comentarios y esos comentarios se nos ofrecen siempre llenos de riqueza. Repasando la vida de Walser, Sebald recuerda que » acontecimientos exteriores como el estallido  de la Primera Guerra Mundial no afectaron al escritor suizo. Lo único seguro es que escribe continuamente con un esfuerzo cada vez mayor; también cuando disminuye la demanda de sus textos sigue escribiendo día tras día, hasta el límite del dolor y no pocas veces, creo, un trecho más allá (…) ¿Cómo se puede comprender a un autor que estaba acosado por las sombras y que, con independencia de ello, esparció por todas partes la luz más amable, un autor que escribía humoradas de pura desesperación, que casi siempre escribió lo mismo y nunca se repitió, para quien sus propios pensamientos, aguzados en minucias, eran incomprensibles, que estaba por completo con los pies en el suelo y se perdía incondicionalmente en el aire, cuya prosa tenía la cualidad de disolverse al ser leída, de forma que sólo unas horas después de su lectura apenas se podían recordar los personajes, acontecimientos y cosas efímeras de que se había hablado?».

Si apretamos el paso en las lecturas alcanzaremos primero a Sebald en el camino y Sebald mismo apretará también nuestro paso para alcanzar a Walser en su paseo interminable.

 

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(Imágenes.-1.-W. G. Sebald/ 2.- Robert Walser)

VIAJES POR EL MUNDO (7) : CÓRCEGA

 

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«El crepúsculo vespertino oscurecía ya la mitad de la habitación. Fuera, sin embargo, el sol poniente colgaba todavía sobre el mar, y en la luz resplandeciente que de él brotaba en oleadas temblaba todo el mundo que se veía desde mi ventana, no deformado en ese segmento por ningún trazo de carretera ni por el más mínimo asentamiento humano. Las monstruosas formaciones de rocas de las Calanches, pulidas en el granito por millones de años de viento, niebla salada y lluvia, que se alzaban trescientos metros desde lo hondo, lucían con centelleante rojo cobrizo, como si la piedra misma estuviera incendiada y ardiera en su interior. A veces creía reconocer en aquel centelleo los contornos de plantas y animales que ardían o los de una población amontonada en una gran pira. Hasta el agua de abajo parecía estar en llamas.

Sólo cuando el sol se hundió tras el horizonte se apagó la superficie del mar, palideció el fuego de las rocas volviéndose lila y azul, y las sombras salieron de la costa. Hizo falta bastante tiempo para que mis ojos se acostumbraran a la suave penumbra y yo pudiera ver el barco que había surgido del centro del incendio y se dirigía al puerto de Porto, tan lentamente que podía creerse que no se movería. Era un yate blanco de cinco mástiles, que no dejaba la menor huella en el agua quieta. Estaba casi al borde de la inmovilidad, pero sin embargo avanzaba inexorablemente como la aguja de las horas del reloj. El barco se movía, por decirlo así, a lo largo de la línea que separa lo que podemos percibir de lo que nadie ha visto aún.

Muy lejos sobre el mar se despedía el último resplandor del día; en tierra, la oscuridad se hacía cada vez más espesa, hasta que, ante las negras alturas del Capo Senino y de la península de Scandola, se encendieron a bordo las luces del buque blanco como la nieve».

W G Sebald – «Los Alpes en el mar«- «Campo Santo»

(Imagen.-Córcega desde el satélite de la NASA- Wikipedia)

BLOOM Y LOS CLÁSICOS FUTUROS

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» Aunque la lectura, la escritura y la enseñanza son necesariamente actos sociales – dice Harold Bloom en «El canon occidental» -, la enseñanza posee también un aspecto solitario, una soledad que  sólo dos pueden compartir (…) Gertrude Stein sostenía que uno escribía para sí mismo y para los desconocidos, una magnífica reflexión que yo extendería: uno lee para sí mismo y para los desconocidos».

En estos días se debaten las declaraciones que ha hecho Bloom diciendo que «no me parece que en la literatura contemporánea, ya sea en inglés, en Estados Unidos, en español, catalán, francés, italiano, en las lenguas eslavas, haya nada radicalmente nuevo»,  y un gran lector y excelente crítico como es Alberto Mangel ha querido aportar sus opiniones distintas o complementarias señalando el valor de los influjos, lo que de algún modo quiso tratar también Harold Bloom en «Anatomía de la influencia».

 

libros.-99z.-Aad Hofman

 

«“Es ciertodice Mangel – que la voz de Cees Nooteboom tiene ecos de Ibn Battuta y Diderot; que en W. G. Sebald hay vestigios de Sir Thomas Browne y de Heine prosista; que Enrique Vila-Matas es heredero de Laurence Sterne; que Ismail Kadaré continúa la tradición de Herodoto y de Homero; que Jean Echenoz ha aprendido la lección de los novelistas franceses del XVIII; que Tom Stoppard debe mucho al teatro de Wilde y de Pirandello; que Tomas Tranströmer ha leído al Virgilio de las églogas y a Wordsworth; que Cynthia Ozick ha estudiado la obra de Henry James; que Pascal Quignard tiene una deuda con Montaigne. Todo esto es cierto, pero cierto es también que estos autores son únicos, y sus obras iluminan nuestro siglo como Cervantes y Shakespeare iluminaron el suyo.”

Iluminan nuestro siglo, afirma Mangel. ¿Podría, por tanto, ser alguno de ellos el clásico futuro? Azorín en 1945 publicó «Clásicos redivivos – Clásicos futuros» y tras considerar a Góngora, a Tirso o a Cervantes se adentraba en otros que entonces «iluminaban» también el siglo:  Pereda, en su casa de Polanco: Clarín, en su biblioteca de Oviedo, o en nombres hoy aún más olvidados, como José María Matheu o Ricardo León. Sólo en parte se salvaban Galdós, Baroja y Unamuno.

 

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Iluminar de algún modo el siglo es una cosa y perdurar es algo bien distinto. Eliot en su excelente ensayo «¿Qué es un clásico?«afirma que «si hay una palabra en la que podemos fijarnos y que sugiere el grado máximo de lo que entiendo por clásico es la palabra «madurez»( …) Un clásico sólo puede aparecer cuando una civilización ha llegado a su madurez, cuando una lengua y una literatura han alcanzado su madurez: el clásico sólo puede ser obra de una mentalidad madura (…) Hacer realmente aprehensible el significado de la madurez es quizá imposible, pero si somos maduros reconocemos la madurez de inmediato o llegamos a reconocerla a través de un trato más íntimo. Ningún lector de Shakespeare, por ejemplo, falla a la hora de reconocer, según avanza su propia madurez, la gradual maduración de la mente de Shakespeare, incluso los lectores menos experimentados pueden percibir el veloz desarrollo de la literatura«.

 

lectura-vvbbu-Juliano Lopez Dada

 

En nuestro ámbito, Francisco Rico al hablar de «Veintiún clásicos para el siglo XXl» (Crítica) recuerda que «un clásico lo es porque no se lee tanto cuanto se relee, individual o colectivamente (…) El clásico vive en la memoria, y puede y aún pide ser revisitado, libérrimamente, a fragmentos».

Quizá toda la prueba de fuego esté en la relectura.

 

lectura-rrvgg-libors-Alexandre Antigna- siglo diecinueve

 

(Imágenes.- 1.-Lynne Cohen– imageartslecture/ 2.-Aad Hofman/ 3.-Honoré Daumier– 1886- The Metropolitan Museum of Art- New York/ 4.-Juliano López Dada/ 5.-Alexander Antigna)

LEER CON LOS DEDOS, TOCAR CON LAS PALABRAS

escribir-Sam Messer- máquina de escribir llorando- dos mil nueve

«Mecanografiar – confesaba Paul Auster en «The Paris Review» (2003) -me permite experimentar el libro de otro modo, hundirme en el flujo de la narración y sentir cómo funciona en conjunto. Lo llamo «leer con los dedos» y resulta asombrosa la cantidad de errores que encuentran tus dedos y tus ojos no perciben. Repeticiones, construcciones torpes, ritmos entrecortados. Nunca falla. Creo que he terminado el libro, empiezo a pasarlo a máquina y me doy cuenta de que necesita más trabajo (…) La máquina de escribir me obliga a empezar desde el principio cuando he terminado. Con un ordenador, haces los cambios en la pantalla, y luego imprimes una copia en limpio. Con una máquina de escribir no tienes un manuscrito limpio a menos que empieces de cero. Es un proceso increíblemente tedioso. Has terminado el libro, y tienes que pasar  varias semanas dedicado a la tarea puramente mecánica de transcribir lo que ya has escrito. Es malo para  tu cuello, malo para tu espalda e, incluso aunque puedas mecanografiar veinte o treinta páginas al día, las páginas terminadas se apilan con una lentitud insufrible. Ése es el momento en el que siempre deseo haberme pasado al ordenador, y sin embargo cada vez que me someto a esa etapa final de un libro termino descubriendo lo esencial que resulta (…)

escribir.-tbgg.-Jason Toney.-Hard Boiled

(…) Pero antes de pasar a la máquina de escribir, siempre escribo a mano. Normalmente con una pluma estilográfica, pero a veces con un lápiz, especialmente para las correcciones. Si pudiera escribir directamente en una máquina de escribir o un ordenador, lo haría. Pero los teclados siempre me han intimidado. Nunca he podido pensar con claridad con los dedos en esa posición. Una pluma es un instrumento mucho más primitivo. Sientes que las palabras salen de tu cuerpo y luego las excavas en la página. Escribir siempre ha tenido una cualidad táctil

escribir.-ervvb.-Eve Arnold.-EE.UU. Nueva York.-Arthur Miller.-Las brujas de Salem.-1953

para mí. Es una experiencia física (…) Pienso en el cuaderno como una casa de palabras, un lugar secreto para reflexionar y examinarse a uno mismo. No me interesan sólo los resultados de la escritura, sino el proceso, el acto de poner palabras sobre la página. De joven, siempre me preguntaba: ¿de dónde vienen las palabras? »

Si esto dice Auster respecto al «leer con los dedos«, el «tocar con las palabras» (sea en Pla o en W. G. Sebald) – a los que en varias ocasiones me he referido aquí -, nos transmite todo el misterio de las palabras, la lucha también con las palabras, como cuando dice Sebald escribiendo:  «las frases se disolvían en palabras aisladas, las palabras, en una sucesión arbitraria de letras, las letras en signos inconexos, y éstos en una huella gris azulada, que brillaba plateada aquí o allá, y que algún ser reptante había segregado y arrastrado tras sí, y cuya vista me llenaba cada vez más de sentimientos de horror y vergüenza».

Las palabras se escapan, uno no encuentra las palabras, y uno describe de forma magistral que en ese momento le está siendo imposible escribir.

escribir-ccdbn-Eugène Carrière- mil ochocientos

(Imágenes.-1. Sam Messer– máquina de escribir llorando- 2009/2.-Jason Toney Hard-Boiled/ 3.- Eve Arnold– Arthur Miller- «Las brujas de Salem»- 1953/4.- Eugène Carrière)

PASEOS DE ESCRITORES

paisajes.-uy78.-paseos.- Fulvio Roiter.-Brujas.-1959

Cotidianos paseos de Thomas Mann como él así lo anota en sus «Diarios» ; paseos también de W.G. Sebald ; paseos siempre de Robert Walser. Varias veces he hablado de tales paseos en Mi Siglo.  En el caso de Julien Gracq, el excelente escritor francés, profesor de geografia, enamorado de la geología y de la Historia, recluido al final de su vida en su villa natal de Saint-Florent- Le – Vieil, los paseos podrían extenderse «a lo largo del camino» – tal como reza el título de uno de sus libros, (Acantilado) – y sus pisadas saldrán de los libros hacia la naturaleza para volver luego, a media tarde, desde la naturaleza hasta los libros. » Aquí domina el abedul – va caminando y diciéndose Julien Gracq en sus «Capitulares» (Días contados)-, silueta más grácil contra el cielo que la de ningún otro árbol, unida a castaños aislados, a la rica vegetación amarilla, salpicada de rosetas más claras, a bosques de abetos jóvenes aún; acá y allá un roble de Ruysdaël estira a gran distancia la tienda sombría de sus ramas bajas; entre los troncos espaciados, el brezo siembra por doquier de flores moradas una felpa seca, algo así como una esterilla asurada y flameada; las veredas húmedas y verdes, abiertas para los cazadores en el monte bajo, desaparecen sumidas en el temblor de los helechos casi arborescentes. De

paisajes.-4eedv.-Beacon Fell

trecho en trecho, un sembrado de centeno o de maíz, henchido como un atolón que golpea la resaca de las malas hierbas y que defiende escasamente de la caza su barrera de rejilla metálica y su guardia mayor de espantapájaros. Saliendo casi de debajo de los pies, salpica por todos lados, en las revueltas de los senderos, la recia bofetada de las alas de los faisanes, que resuellan y roncan como una motocicleta al arrancar; al compás del trotecillo oscilante y mecánico de los conejos se sacuden y destellan a través de la hierba esos traseros menudos y cándidos; las ardillas flotan y se devanan de rama en rama,

paisajes.-t6ggn.-Albert Renger-Patzsch.-1936

como flexibles boas de plumas pelirrojas, casi inmateriales; los erizos revuelven con el hocico, despaciosos y sagaces, la alfombra de hojas secas. Todos los paseos – y el sendero serpenteante desconcierta enseguida y desvía del mundo habitado – se convierten en una escapada maravillosa al mundo de las fábulas, por donde avanzamos con el corazón un tanto palpitante por las revueltas de todas las sendas; el paso del hombre entre las criaturas silvestres no propaga aquí, a muy corta distancia, sino una ola de alarma muy débil que se cierra en el acto a sus espaldas igual que una estela en la mar.»

Los pies de los escritores parecen palabras y el rumor de las palabras va pisando las hojas de prosa, las acaricia a la vez, y la voz camina sobre el silencio de la naturaleza.

(Imágenes:- 1.-Fulvio Roiter.-Brujas.-1959/2.-Beacon Fell/3.-Albert Renger-Patzsch.-1936)

KAFKA Y LOS RATONES

escritores.-88y -Franz Kafka.-Uncredited and Undated Phoyograph

«En la casa le habían hecho una cómoda tumbona –evoca el gran crítico italiano Pietro Citati al recordar a Kafka en el otoño de 1917, cuando el escritor se encontraba en Zürau – Allí estaba estirado «como un rey», sin camisa, mientras nadie podía verle. Una noche, hacia mediados de noviembre, le asaltó el horror. (…) De vez en cuando, en el otoño, había sentido un roer ahogado: una sola vez se levantó temblando y fue a ver. Pero, esa noche, asistió al alboroto mudo y rumoroso del pueblo espantado de las ratas. A las dos fue despertado por un roce cerca de la cama y desde ese momento no cesó hasta la mañana. » Arriba y abajo por la caja de carbón – confiesa Kafka -, una carrera a lo largo de la diagonal de la habitación, círculos trazados, leños roídos, silbidos ligeros durante el reposo, y mientras tanto siempre el sentido del silencio, de la secreta actividad de un pueblo proletario oprimido, al que pertenece la noche». «Nada a lo que agarrarme en mi persona – le escribe a Felix Weltsch -, no me levanté ni encendí la luz, la única posibilidad era gritar un poco para intentar asustarles… Por la mañana estaba demasiado asqueado y deprimido para levantarme hasta la una».

animales.-99h.-gatos.- Mokona.-Linda Gavin

A partir de entonces Kafka tuvo un gato en la habitación, según lo cuenta Ronald Hayman en la biografía del escritor, aunque detestaba que el gato le saltara a las rodillas cuando estaba escribiendo o a la cama cuando estaba acostado. Kafka atribuyó su miedo a los ratones » a la impresión que dan de poseer -así se lo dijo en una carta a Max Brod a principios de diciembre de 1917- esa inesperada, indeseada, ineludible, considerablemente silenciosa, obstinada y secreta intención, junto con la sensación de que todas las paredes de alrededor están infestadas de sus galerías, y de que están acechando ahí, y de que a causa de las horas nocturnas que les pertenecen, y de su tamaño diminuto, son ajenos a nosotros y en consecuencia es tanto más difícil atacarles«.

escritores--5gcc.-manuscrito de El Proceso de Kafka

Ahora puede leerse en la prensa que El Archivo Literario Alemán ha adquirido en una subasta por una suma que no ha dado a conocer la famosa carta de Franz Kafka a su amigo Max Brod, en la que confiesa su miedo a los ratones. Son cuatro páginas fechadas el 4 de diciembre de 1917 y la carta – según dice la nota de prensa– será subastada junto a otros manuscritos de Kafka acompañada con testimonios de su influencia sobre escritores como Elias Canetti, W.G. Sebald y Gilles Deleuze en una pequeña exposición titulada «Los ratones de Kafka«. Son patentes también, añade esa nota, las huellas que llevan a obras diversas, como por ejemplo «Josefina la cantora o el pueblo de los ratones» o «La madriguera».

animales.-98.-gatos.-Neil Libbert

El tema de los animales, de sus galerías subterráneas y de sus madrigueras fue recurrente en la obra narrativa de Kafka, y en sus Obras Completas  – la edición dirigida por Jordi Llovet (Opera Mundi) – se recuerda la carta que el escritor dirigió a Milena Kesenská diciendo: «Yo era un animal salvaje que no vivía casi nunca en el bosque, sino que me enterraba en cualquier lugar cavando un agujero» o aquella otra que envió a Max Brod en 1923: «Camino para uno y otro lado o estoy sentado, petrificado, tal como haría en su madriguera un animal desesperado…». Si Luis Izquierdo en su «Kafka» (Barcanova) hace alusión a las transformaciones de animales en el escritor checo como estados de ánimo, es sin duda la gran traductora y especialista en Kafka, Marthe Robert, la que recuerda que «lo que distingue  de manera fundamental a los animales de Kafka de todos los animales alegóricos y fabulosos es su animalidad verdadera, doliente, misteriosa por su misma limitación, digna de atención y de infinito respeto. (…) Lo que hace de «La madriguera» un relato conmovedor y no una fría alegoría es el trabajo del Animal, ese trabajo para el que tiene una sola herramienta: su cabeza, su pobre frente martirizada y sangrante«. «Kafka fue un individuo aislado – evoca igualmente Marthe Robert en «Reales e imaginarios» (Cuatro) -; en cierta medida, fue un apátrida en Europa«.

Y fue allí, en Zürau, donde leía a Kierkegaard, a San Agustín y a Tolstoi, donde a Kafka le aterrorizó el ruido de los ratones.

animales.-88hh.-gatos.- Franz Marc

(Imágenes.-1.-Franz Kafka hacia 1917.-Undacredited and Undated Photography/2.-Mokona.-Linda Gavin- hide213.ebb.jp/ 3.- página del manuscrito de «El proceso»/4.-flying cat.-Neil Libbert.-michaelhoppengallery.com/ 5-Franz Marc.-1913.-Gallery Kumstsammlung.-Düsseldorf.-Alemania)

AMBERES MEMORABLE

En estos días de tráfico y tráfago de viajeros vuelve uno a leer a los excelentes escritores que transformaron con una sola mirada tantos universos y, atravesando con la imaginación la estación de Amberes, podemos oir perfectamente junto a nosotros el movimiento de la gran prosa que nos acompaña, las descripciones del alemán W.G. Sebald, del que en varias ocasiones he hablado en Mi Siglo:

«Probablemente por esa clase de ideas, que en Amberes, por decirlo así, surgían por sí solas, esa sala de espera, que hoy, como sé, sirve de cantina al personal, me pareció otro Nocturama, una superposición que, naturalmente, podría deberse también a que, precisamente cuando entré en la sala de espera, el sol se estaba hundiendo tras los tejados de la ciudad. No se había extinguido todavía por completo el resplandor de oro y plata de los gigantescos espejos semioscurecidos del muro que había frente a las ventanas cuando la sala se llenó de un crepúsculo de inframundo, en el que algunos viajeros se sentaban muy distantes, inmóviles y silenciosos. Como los animales del Nocturama, entre los que, llamativamente, había habido muchas razas enanas, diminutos fenecs, liebres saltadoras y hámsters, también aquellos viajeros me parecían de algún modo empequeñecidos, ya fuera por la insólita altura del techo de la sala, ya por la oscuridad que se iba haciendo más densa, y supongo que por eso me rozó el pensamiento, en sí absurdo, de que se trataba de los últimos miembros de un pueblo reducido, expulsado de su país o en extinción, y de que aquellos, por ser los únicos supervivientes, tenían la misma expresión apesadumbrada de los animales del zoo…». («Austerlitz«)

Siempre uniremos la estación de Amberes con la visión de Sebald. Siempre los escritores fijan con su sola mirada una imagen, para tantos inadvertida o  desconocida, pero que quedará perdurable.

(Imágenes.- estación central de Amberes)

W. G. SEBALD, ARQUEÓLOGO DE LA MEMORIA

«Esto del escribir no es como lo que hace un abogado o un cirujano: si uno ha hecho ciento veintinco operaciones de apendicitis la ciento veintiseis puede hacerla con los ojos cerrados. Con la escritura es exactamente lo contrario». Así lo confesaba el excelente escritor alemán W. G. Sebald  -del que alguna vez ya he hablado en Mi Siglo – en «L ´Archéologue de la memoire» (Actes Sud)

Ocho días antes de morir, en diciembre de 2001, comentando la fascinación que en él ejercía el fenómeno de la niebla, evocaba esa bruma «que nos hace casi incapaces de discernir aquello que nos rodea- y añadía como ejemplo -: uno de los grandes golpes de genio de la ficción clásica del siglo XlX es la bruma en «Casa Desolada«. Esta aptitud de hacer de un fenómeno natural un hilo conductor que corre todo a lo largo de un texto para, de cualquier modo, sostener el hilo de la metáfora, es algo que yo encuentro muy, muy atrayente en un escritor».

Pero esa bruma que Sebald comentaba no es únicamente física sino que puede aplicarse tantas veces a la tarea creadora del escribir. «Con cuánto placer, dijo Austerlitz, – revela Sebald en una novela – me he quedado ante un libro hasta muy entrado el crepúsculo, hasta que no podía descifrar ya nada y mis pensamientos comenzaban a dar vueltas, y qué protegido me sentía cuando, en mi casa, en la noche oscura, me sentaba ante el escritorio y sólo tenía que ver cómo la punta del lápiz, al resplandor de la lámpara, por decirlo así por sí mismo y con fidelidad total seguía a su sombra, que se deslizaba regularmente de izquierda a derecha y renglón por renglón sobre el papel pautado. Ahora, sin embargo, escribir se me había hecho tan difícil, que a menudo necesitaba un día entero para una sola frase, y apenas había escrito una frase así, pensada con el mayor esfuerzo, se me mostraba la penosa falsedad de mi construcción y lo inadecuado de todas las palabras por mí utilizadas. Cuando, sin embargo, mediante una especie de autoengaño, conseguía a veces considerar que había heho mi trabajo diario, a la mañana siguiente me miraban siempre, en cuanto echaba la primera ojeada al papel, los peores errores, inconsecuencias y deslices. Hubiera escrito poco o mucho, me parecía siempre al leerlo tan fundamentalmente equivocado, que, al punto, tenía que destruirlo y comenzar de nuevo».

Pocas veces se ha escrito tan magistralmente que no se logra escribir. Con la morosidad y la cadencia de las ondas de un concierto, la prosa de Sebald nos introduce en una música que sin duda no destaca como moda pero que revela el nervio interior de un escritor avanzando con paso independiente. Fiel a lo que él cree que debe contar y a cómo debe contarlo, Sebald profundiza siempre en la memoria de la Historia pero lo hace igualmente en su memoria personal, aquella que le llevará a narrar de una manera determinada. «Escribir, crear – dijo en otra entrevista-, tiene mucho que ver con la composición.  Uno dispone de algunos elementos. Construye alguna cosa. Uno trabaja hasta obtener alguna cosa parecida a aquella que le satisface. (…) En la ficción en prosa uno debe concebir, elaborar, construir. Se tiene una imagen y se debe extraer algo de ella  – media página, tres cuartos de página, página y media – y esto no funciona más que a través de una construcción de tipo lingüístico o imaginario».

Brumas de la gran Historia y de la historia pequeña que un escritor desvela para nuestra lectura.

(Imágenes:- 1.- Antonio Mancini.-1875-Galleria Nazionale d´arte moderna/ 2.-W.G. Sebald.-wikipedia/ .3.- Man of the Cloth.-William T. Wiley.-1998.-artnet)