«Había nadado demasiado, había pasado demasiado tiempo bajo el agua, y tenía irritadas la nariz y la garganta – leemos en «El nadador» de John Cheever , del que ya hablé en Mi Siglo -. Necesitaba una copa, necesitaba compañía y ponerse ropa limpia y seca, y aunque podía haberse encaminado directamente hacia su casa por la carretera, se fue a la piscina de los Gilmartin. Allí, por primera vez en su vida, no se tiró, sino que descendió los escalones hasta el agua helada y nadó dando unas renqueantes brazadas de costado que quizá había aprendido en su adolescencia. Camino de casa de los Clyde se tambaleó a causa del cansancio y, una vez en la piscina, tuvo que detenerse una y otra vez mientras nadaba para sujetarse con la mano en el borde y descansar. Trepó por la escalerilla y se preguntó si le quedaban fuerzas para llegar a casa. Había cumplido su deseo, había nadado a través del condado, pero estaba tan embotado por la fatiga que su triunfo carecía de sentido».
Son las edades del hombre a lo largo de las aguas de una piscina, los cansancios de tales edades, las arrugas en las manos que nadan, el picor en los ojos de tantos insomnios, de tantas preocupaciones. Al final del recorrido llega hasta la escalerilla todo el peso de las noches en vela con sus disgustos, fatigas y experiencias. Pero cuando la edad primera se asoma al trampolín de la existencia y la ilusión levanta la punta de sus pies para lanzarse al agua de la vida, todo se espera y todo se inaugura. «Te sacudes de encima la limpieza azul. – escribe David Foster Wallace en su relato «En lo alto para siempre» – Estás lleno de cloro, suave y resbaladizo, reblandecido, con las yemas de los dedos arrugadas. La niebla de olor demasiado limpio de la piscina se te ha metido en los ojos; descompone la luz en colores suaves. (…) Fuera de ti el tiempo no transcurre en absoluto. Es asombroso. El ballet vespertino que tiene lugar allí abajo se mueve a cámara
lenta, con los movimientos pesados de mimos sumergidos en jalea azul. Si quisieras podrías quedarte aquí encima para siempre, vibrando tan deprisa por dentro que flotarías inmóvil en el tiempo, como una abeja flotando sobre alguna sustancia dulce. (…) Míralo. Puedes verlo todo en toda su complejidad, azul y blanco, marrón y blanco, bañado en un destello acuoso de color rojo cada vez más intenso. Todo el mundo. Esto es lo que la gente llama una vista. Y sabías que desde abajo no te podía parecer que estuvieras tan alto aquí arriba. Ahora ves qué alto te encuentras. Sabías que desde abajo no se puede saber».
Dos escritores.
Uno relata el final de las fatigas, la natación última de la edad. Otro, el principio de las promesas, el salto vibrante de la ilusión.
En medio, la vida azul.
(Imágenes:- 1.-David Hockney.-A Bigger Splash.-1967.- Collection Tate Gallery/ 2.-Lewis Noble.-lluvia de verano)