
De vez en cuando hay que usar el lápiz mágico para leer. Más importante que las gafas.Es un lápiz corriente, con el que no hay que obsesionarse, pero un lápiz eficaz, como esos perros cazadores dispuestos a capturar la presa. Uno lee a Tolstoi, a Jünger, a Delibes, a mil personas diversas. Y de pronto, en la maleza de la prosa, está escondida — a veces sobresale mucho— la punta de una idea. Es una idea, una comparación, un descubrimiento. Las ideas se atraen unas a otras en el espacio, se encadenan. Traen recuerdos, aportan intuiciones. Entonces el lápiz mágico subraya, hace una señal, escribe en el margen del libro lo que le ha suscitado esa idea. Esa señal, esas líneas al margen serán muy importantes para el futuro. No se discute con el libro. Los libros atraen. Vienen escritos desde la experiencia y la madurez, pero dejan aquí y allá rasgos de sabiduría. Eso es lo que el lápiz mágico atrapa. Se lleva entre los dientes el pensamiento, una intuición, una emoción. Eso que ha traído apuntado el lápiz mágico hasta mi, hasta dejarlo a mis pies, en el margen del libro, no es un pensamiento muerto sino una intuición viva. Esas intuiciones vuelan en la inteligencia y en la memoria en busca de otras intuiciones. De ahí, seguramente, nacerán textos, formarán libros. Las anotaciones que uno hace durante la lectura son el termómetro de su estado de mimo, el punto de fiebre de su personalidad y de su cultura. Unas veces será el asombro, otras el descubrimiento, otras la confirmación. Además, esas señales al margen — que deben ser precisas — marcan la estatura conforme uno va creciendo, como cuando nuestras madres nos marcaban con tiza en la pared los centímetros de nuestra altura. Uno está creciendo siempre; el día que deje de crecer – es decir, de tener inquietud por aprender — uno está muerto. Uno crece siempre porque todo le interesa y en el fondo sabe muy poco de ciertas cosas y adivina todo un mundo de emociones y conocimientos y quiere llegar a él.

No hay que obsesionarse con el lápiz mágico, no hay que leer pegados al lápiz como si fuera una escopeta. Pero si hay que tener un lápiz cerca por si se despierta de pronto un silbido interior y algo en la lectura nos deslumbra y entonces el lápiz echará a correr, atrapará la intuición y la traerá hasta mi lado. Años después nos asombraremos de todas nuestras anotaciones en los márgenes, de cuántos viajes por el campo de la página hizo aquel lápiz, y mi mano detrás de él, y de cómo nos hemos enriquecido.
José Julio Perlado

( Imágenes- Rothko)