PICASSO, HISAE Y LOS 4 GATS

Hisae Izumi nunca conoció personalmente a Picasso ni coincidió con él aunque siempre conservó como recuerdo un pequeño y curioso apunte suyo. Se trataba de la tarjeta que presentaba el menú que le entregaron en la taberna, cervecería o cabaret catalán “Les quatre Gats” en 1899, situado en la calle Montsió de Barcelona. Sentada con un kimono azul celeste y acompañada de un pequeño abanico también azul, se había colocado en uno de los fondos de aquel local en el que había entrado decidida a conocer las sombras chinescas de las que tanto le habían hablado realizadas por un tal Ramón Casas que al parecer tenía gran inventiva. Sentía curiosidad por ellas. Cuando una serie de parroquianos habituales, algunos de ellos pintores —— el propio Ramón Casas, Pere Romeu, Santiago Rusiñol y Miguel Utrillo entre otros — descubrieron al fondo del local la figura sorprendente de aquel kimono azul que resaltaba entre sillas y banquetas, quedaron estupefactos. Estaban habituados a las sorpresas, y ellos mismos las provocaban con sus ironías, dibujos y muñecos caricaturescos pero nunca hubieran podido imaginar que una auténtica japonesa, vestida a la manera tradicional, estuviera sentada alli, en el fondo de la taberna, en aquel pintoresco escenario catalán. “Les quatre gats” había sido fundada por Pere Romeu en 1897, indudablemente influída por el cabaret “Le chat noir” abierto en París en 1881. Se mantenía con un gran número de traviesas, mucha cantidad de hierro forjado en formas vegetales, propias del Art-Nouveau. Tenía una entrada de ladrillos y en general un aire de falso medievalismo, en armonía con la vanguardia barcelonesa de la época, muy influída por Wagner y por el Norte de Europa. Al fondo, se abría una amplia sala para exhibiciones de sombras chinescas y de marionetas. Esta sala también se utilizaba para exposiciones y allí estaba sentada Hisae Izumi con su kimono azul.

Cuando Ramón Casas se acercó a ella lleno de curiosidad rodeado por varios de los contertulios de “Le quatre gats” y advirtió pronto el interés de la japonesa por el espectáculo, redujo las luces, extendió una amplia sábana blanca colgada desde el techo del local y a la vez que iban apareciendo en aquella especial pantalla las “sombras chinescas”, se las fue explicando a Hisae. En términos generales, se trataba de unas hojas sueltas movibles en las que aparecían impresas las siluetas de figuras de personajes conocidos de la Barcelona de entonces expuestas como si fueran una narración popular; esencialmente figuraban los rostros de los parroquianos más conocidos (Casas, Romeu, Rusiñol y Utrillo ), líderes de iniciativas culturales dibujados en poses divertidas y diversas. A Hisae aquello le pareció pintoresco, aunque no le apasionó demasiado, sobre todo porque ella ya había visto muchas veces teatros de sombras — cercanos de algún modo a las sombras chinescas— en los años pasados. Especialmente títeres javaneses — les dijo a los que la escuchaban —, un tipo de teatro de sombras protagonizado por títeres de varillas y de sombras. Aquel término javanés — añadió — se podía interpretar también como “sombra” o “imaginación”, las figuras estaban hechas con piel de animal tratada y coloreada para darle un aspecto reluciente. Todo esto se lo iba contando Hisae a Ramón Casas y a los otros contertulios sentados en torno a ella que la oían asombrados. Como les habló igualmente de las sombras indias que ella había conocido, con un titiritero que se servía de tres varillas, una vertical para la cabeza de las figuras y dos para las manos y con una pantalla sujeta con espinas y un foco de luz iluminado por un candil.

Concluyó hablándoles también del teatro de sombras de China, antiquísimo, les comentó Hisae, y donde el rojo de las figuras representadas significaba lealtad e integridad, el negro firmeza y dureza, el amarillo bravura y temeridad y el azul y el verde los colores de los demonios y los bandidos. Ramón Casas no sabía qué responder ante todo lo que oía. Estaba fascinado, como lo estaban los demás. Como prueba de reconocimiento Casas le entrego a Hisae una tarjeta por si quería volver otro día a “Les quatre Gates” y en la parte izquierda de esa tarjeta le mostró un dibujo— dijo Casas— “de un joven artista de gran talento que viene de vez en cuando por aquí, tiene dieciocho años y se llama Pablo Picasso”.

José Julio Perlado

(del libro “Una dama japonesa”) (relato inédito)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS


(Imágenes— 1- tarjeta anuncio del menú de ‘Les quatre gates” con dibujo de Picasso y firmado por él/ 2-portada de “Les quatre gates”/ 3-Ramón Casas- retrato de Picasso hacia 1900/ 4-Kawano Kaoru)

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