
Llévese ese silencio que le gustará, y efectivamente así había sido, así era. La voz que me lo había aconsejado debía de conocerme bien aunque me hablara de usted, era una voz al oído que inmediatamente dejó de hablar y yo me fui despacio, silencio adelante, apartando todos los sonidos, todos los recuerdos y preocupaciones. Se iban apartando sin yo apartarlos, se apartaban y se alejaban ellos solos, yo creo que el silencio les imponía, nunca había sentido la fuerza que el silencio tiene para expulsar pasado y futuro pero el presente del silencio poco a poco caminaba por donde yo caminaba, sin hacer el menor ruido, tan sólo el crujido de mis zapatillas blancas hacían una pequeña herida al silencio, un ligero rasguño. El silencio se llenaba de colores, de hojas. Las hojas estaban mansas y doradas porque era otoño y el silencio del otoño es cálido, melancólico, lleva a pensar que hay un tipo de belleza de oro

guardada en los árboles, pero si se piensa demasiado en los árboles ya no hay silencio en la mente, sólo árboles, no hay contemplación. Y es muy importante que la contemplación no se separe del silencio porque son como hermanos, viven el uno para el otro, y en ese momento apagué definitivamente el móvil, taponé todos los ruidos, ¿ y si no te encuentran?, me dije, pero me contesté que nadie iba a venir a buscarme al silencio porque no saben ni cómo llegar a él, vienen, sí, entre los caminos, buscando, llamando, dando voces de preocupación, pero yo estoy ya sentado en este banco contemplando “las Meninas” de los árboles, cómo las infantas se hacen hojas y las ropas y faldas de los personajes se mezclan con el color verde claro de las copas y el porte del árbol y de su corteza y su tronco y las hojas ovaladas con nervios muy pequeños me llevan a la contemplación. Los bancos, en el Prado o en el Botánico, están para descansar unos momentos, tomar fuerzas, pero sobre todo para contemplar, no para indagar, porque no suele haber distancia entre el ojo y el cuadro, entre el


silencio en este banco en que estoy aunque yo no le pregunte nada, porque el silencio no

José Julio Perlado
