
“Una casa es un bloque de piedra en el que se penetra a través de unos agujeros y se circula luego por laberintos — comentaba el francés Alexandre Vialatte-; en ella se encuentran toda clase de grutas, cavernas y sorpresas, lugares inhabitables y huecos de escalera; profundas cavas, graneros axfisiantes y rimeros repletos de conservas. Alrededor hay un gran jardín con espesos castaños, un surtidor y peces rojos; sin contar con un perro tronado que no muerde a los ladrones. En la casa los fantasmas se sienten a gusto; tienen sus rutinas y habitan en las buhardillas. El vino no se guarda en la nevera sino en la bodega. Los quesos son excelentes.. Es un asilo para los ancianos y un paraíso para los críos. Es casi indispensable que en el techo figure una veleta. En invierno, la casa cruje bajo el embate de la tormenta y los niños se duermen temiendo al lobo feroz como un sueño absolutamente humano, saturado de irracionalidad, pesadillas y temores estacionales.”

Por eso las casas — hasta las más humildes — guardan tantos secretos y suscitan tantas melancolías.
