
“Escribir que se querría escribir, ya es escribir. Escribir que no se puede escribir, también es escribir. Soñaba entonces — dice Marcel Bénabou en ”Por qué no he escrito ninguno de mis libros” — con un anonimato cerrado a cal y canto, con un juego sutil de seudónimos que llegaran a despistar incluso al sabueso de más fino olfato de toda esa jauría. Hasta había empezado a desplegar toda una batería de identidades imaginarias, de las que muy pocas han encontrado la ocasión de emplearse hasta la fecha. Mi procedimiento era de lo más sencillo. Concebía cada nombre no como una máscara, sino como una especie de yo experimental que, como un rostro primitivamente poco agraciado en el que la cirugía ha conseguido restablecer cierta armonía, plasmaría de mí unos cuantos rasgos coherentes, aptos para inducir al lector a tener la ilusión de estar tratando con una personalidad original. Habría puesto todos esos seudónimos conjuntamente en circulación por el mundo, como otros tanto globos sonda y habría observado cómo se comportaban (…) Para rodear los obstáculos que me habían detenido hasta entonces, habría necesitado encontrar una manera de escribir que no amenazara con descarriar ni con descubrir a su autor. Una escritura en suma que se engendra a sí misma.”
