“Ahora divido mi cuerpo en dos partes para dos clases de actividades —escribe el japonés del siglo Xlll Kamo No Chōmei en sus “ Notas desde mi cabaña de monje” —-. Mis manos son mis esclavas, mis pies son mi vehículo, y pies y manos satisfacen a mi corazón. También el corazón conoce los sufrimientos del cuerpo, y en los períodos penosos lo deja en reposo sin servirse de él; cuando, por el contrario, el cuerpo se encuentra lleno de ánimo, el corazón se sirve de él. Aunque lo usa, no abusa nunca de él. Y si el cuerpo está cansado e indolente, el corazón no se irrita. Además, el hecho de caminar siempre, de hacer ejercicio sin cesar, es una condición de la salud del cuerpo. Por lo demás, ¿cómo podría uno contentarse con un reposo sin objeto? Hacer sufrir a los demás, crear dificultades al prójimo, son acciones culpables. ¿Cómo podría, pues, valerme de las fuerzas ajenas?
El mundo entero no es más, en suma, que la conciencia que tenemos de él. Si el corazón no está en paz, las bellas caballerizas o establos, los tesoros más extraordinarios, no significan nada, ni los palacios ni las ricas moradas son deseables. En este momento amo mi pobre vivienda, la única habitación de mi casa solitaria. Si alguien duda de lo que digo aquí, que contemple a los pájaros y los peces. Los peces no se aburren nunca de estar en el agua. Habría que ser pez para comprender este sentimiento. Los pájaros no piden otra cosa que vivir en los bosques. Nadie comprende esto como los pájaros. Lo mismo ocurre con los placeres de la soledad; sólo se puede apreciar viviéndola.”
(Imagen — Ogata Korin-1656)