
“En uno de los momentos de desesperación que me sobrevinieron tras la muerte de mi marido — contaba Edith S. Marks, de Nueva York, y lo guardaba por haberlo escuchado como relato verídico Paul Auster en su libro “ Creía que mi padre era Dios” — decidí ir al teatro con la esperanza de animarme un poco. Yo vivía en el East Village y el teatro estaba en la calle Treinta y cuatro. Decidí ir andando. No habían pasado ni cinco minutos cuando un chucho callejero empezó a seguirme. Hacía todas las cosas que un perro suele hacer con su amo, se alejaba a explorar para luego regresar corriendo en busca de su compañero. Aquel animal atrajo mi atención y me incliné para acariciarlo, pero se alejó corriendo. Otros peatones también se fijaron en el perro y lo llamaban para que se acercase, pero él no les hacía ningún caso. Compré un helado y ofrecí al perro un poco de barquillo, pero aquello tampoco sirvió para que se acercase. Cuando estaba llegando al teatro me pregunté qué pasaría con el perro. Justo cuando estaba a punto de entrar, se acercó por fin a mí y me miró.directamente a la cara. Y me encontré mirando a los compasivos ojos de mi marido.”
(Imagen— Velazquez- detalle de “Los hermanos de José”- Flickr- liceo hispánico)