“Contra la amenaza del esteticismo culinario — escribe Alberto Savinio en su ‘Nueva enciclopedia” — tenemos, afortunadamente, un arma invencible: el fiel panecillo, alimento solariego, alimento grave y, al mismo tiempo, irónico, gorrión de los alimentos, geniecillo tutelar de la mesa. El pan tiene en la alimentación un papel particular e insustituible. En la mesa del pobre el pan constituye la base misma de la comida ( pan y condumio) , o sea, en ambas palabras y en otros lugares es el acompañante necesario de todo alimento, el contrabajo que dirige la extensión de la melodía, el guía seguro y virtuoso, el corrector: suaviza los sabores demasiado vivos, anima los demasiado débiles, une los más diversos entre los demasiado semejantes, establece una oportuna división. Uso lamentable, indicio de pésimo gusto y de ánimo profundamente vulgar, es suprimir el pan de la mesa, o reducirlo a un minúsculo “acto de presencia”, porque el pan es el alimento del pobre, y en consecuencia “poco elegante”. El pan mitiga la artificiosidad culinaria y en medio de la química de las “piezas montadas”, representa lo honrado, lo sobrio, lo natural. El hombre de ánimo mínimamente honrado no aguanta sobre la mesa un panecillo puesto del revés, y se apresura a darle la vuelta.”
(Imagen— Salvador Dalí- Fundación Dali)