«Acabamos de enterrar a Antón Chejov – escribe Máximo Gorki a Y. P. Péshkova en una carta de julio de 1904 -. Estoy tan afectado por este entierro que apenas puedo describírtelo inteligiblemente, ando, hablo, incluso me río, pero en mi interior siento repugnancia, creo que estoy manchado de pies a cabeza con una porquería pegajosa y apestosa y que ha cubierto con una capa gruesa mi cerebro y mi corazón. Este hombre prodigioso, este maravilloso artista que luchó toda la vida contra la vulgaridad que encontraba por todas partes y que iluminaba sus manchas putrefactas con una luz tenue y de reproche, parecida a la luz del día, Antón Pávlovich, un hombre que detestaba todo lo trivial y lo vulgar, fue trasladado en un vagón «para transportar ostras frescas» y fue enterrado junto a la tumba de Olga Kukarétkina, la viuda de un cosaco. Son pequeñeces, amigo mío, sí, pero, cuando recuerdo el vagón y a Kukarétkina, se me encoge el corazón, y estoy dispuesto a aullar, a rugir y a pelearme de indignación, de rencor.
A él le da igual que su cuerpo haya sido transportado en una cesta para la ropa sucia, pero no a nosotros, a la sociedad rusa, no puedo perdonar este vagón » para ostras». En este vagón se encuentra precisamente aquella vulgaridad de la vida rusa, aquella falta de cultura que tanto había indignado siempre al difunto. San Petersburgo no recibió sus restos como era debido, cosa que me ofende. En el entierro de un escritor como Antón Chejov habría preferido ver a no más que una docena de personas que le querían de verdad; en cambio, vi una multitud, «el público», eran entre tres y cinco mil, y para mí se convirtieron todos en una nube espesa y grasienta de vulgaridad triunfante».
(Imágenes-1- Chejov -melikhovo – Wikipedia/2- San Petersburgo-Fyodor Vasilyev -1870/ 3-iluminaciones en San Petersburgo- 1869- Wkipedia)