ROBOTS

 

 

«1 – Un robot no puede lesionar a un ser humano ni permitir por inhibición que le sobrevenga daño alguno.

2- Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, salvo que tales órdenes vayan en contravención de lo dispuesto en la Primera Ley.

3- Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando tal protección no suponga contravenir la Primera o la Segunda Ley.

(Manual de Robótica)

(56 edición, 2.085 d. C.)

Contemplando los robots que con frecuencia aparecen en la televisión, vuelvo a las páginas que sobre Asimov escribieron Robert Scholes y Eric S. Rabkin en su estudio sobre «La Ciencia Ficción» ( Taurus) : » Asimov hizo que cambiaran las ideas de la comunidad científica en materia de robots. Recogiendo el término acuñado por los Capeks para designar a los androides de R. U. R., Asimov ideó un tipo de criatura por completo diferente. Sus robots son máquinas capaces de llevar a cabo diversas tareas programadas, a veces de pensar incluso, pero carecen de una voluntad libre. Siempre están sometidos a las «Tres Leyes de los Robots» que son los elementos más básicos de su programación. Estas leyes son fundamentales en todos los relatos de Asimov, adoptándolas también muchos otros autores de ciencia ficción (…)  Los mejores cuentos de robots de Asimov constituyen juegos notabilísimos por su elegancia e ingenio. Aportaron a la ciencia ficción norteamericana algo de lo que ésta carecía angustiosamente, y contribuyeron a elevar de manera notable, junto con los relatos de la «Fundación«, el nivel intelectual de la ciencia ficción popular».

Ayer los robots estaban en la literatura, hoy están aquí.

 

 

(Imágenes -1- Kenny Scharf/ 2- Paul Nicklen – National geographic -artnet)

VIEJO MADRID ( 70) : ALEJANDRO SAWA

 

 

«Ir a Madrid, vivir en Madrid; no ser un oscuro provinciano embrutecido en la tarea de poner en circulación los chismes de la localidad  – así escribe sobre la capital Alejandro Sawa en «Declaración de un vencido» -; pertenecer a la redacción de un periódico de esos cuyas afirmaciones y doctrinas constituyen un capítulo de fe para los que las leen a veinte kilómetros de distancia; formar parte también de los ateneos y academias que ilustran en todas las cuestiones la opinión de España; hacerme amar de una de esas duquesas cuyos fáciles amoríos habían sido la comidilla constante de mi imaginación, cuando mi imaginación le pedía jugos prestados a las de los novelistas a destajo que entonces se estilaban en España, sin otra misión que la de difundir mentiras por todos los espacios poblados en que se hablara lengua castellana; tomar activa y musculosa participación, toda la que fuera posible, en las batallas constantemente renovadas del pensamiento contra la barbarie, de los espíritus emancipados contra las panzas esclavas; ir al Congreso de los Diputados todas las tardes, al Ateneo Científico y Literario todas las noches, a la Biblioteca Nacional todas las mañanas; saber por el testimonio de mis propios ojos cómo es la Librería de Fe, si es un salón muy amplio, artísticamente decorado, como yo me lo figuraba, o una librería cualquiera, o un almacén de libros, mejor, de esos que me sabía de memoria, por haber dejado en ellos montones de tristeza siempre que en Cádiz me asaltaban las melancolías y las desesperaciones del porvenir, haciéndome salir escapado de mi casa para pedir consuelo y olvido a las heterogéneas impresiones de la calle ¡Todo eso y mucho más, más…¡ la fantasía trotando por los espacios del delirio como un caballo furioso! ¡Ah Madrid, Madrid (…) ¡Cisterna, antro, sima, que mientras más devoras, más sientes aumentarse tu apetito!

-Pues bien: ¡yo te he amado!».

 

 

(Imágenes -1- casa en la que vivió Alejandro Sawa – foto jjp/ 2- Arco de Cuchilleros – foto  jjp)

RETRATO DE ESCRITOR

 

«El escritor, de joven, se sentía culpable cuando escribía. No sabía por qué. Escribir era lo que deseaba y lo que se proponía desde la más tierna infancia. Pero se sentía culpable. De una manera confusa pensaba que tendría que cultivarse y estudiar para escribir cosas más serias. No estudiaba, pero se pasaba el rato pensando que debía cultivarse. Las horas en que escribía le parecían horas robadas.

Cuando escribía tenía la impresión de que debía correr precipitamente hacia una conclusión. Le había ocurrido muchas veces que no acababa lo que empezaba; por eso, acabar era su principal aspiración. Después tal vez huía del propio sentimiento de culpa. Era como un chico que hubiese robado uvas. En su carrera vertiginosa, le turbaban pensamientos molestos, tenía la cabeza como rodeada de un enjambre de avispas. Debía llevar las uvas a personas desconocidas, lejanas y misteriosas. Las imaginaba muy distantes a él y a todos aquellos con los que vivía habitualmente. Las temía. Después temía aludes y terremotos que obstaculizaran su carrera; temía que al llegar no hubiera nadie, que hubiera saltado por los aires la tierra en la que aquellas personas moraban.

(…)

 

 

Ya viejo, escribe muy lentamente. Se detiene un montón de veces para hacer y deshacer. Ahora tiene una enorne paciencia. De vez en cuando piensa que antes de morir debe sacar todo lo que lleva dentro. Pero esta idea no le provoca fiebre alguna. A veces le pasa que ya no tiene nada más que decir, o que solo le quedan cosas muy complicadas, enmarañadas y tortuosas.

(…)

Ahora ya no piensa que deberá entregar lo que escribe a gente lejana y misteriosa. Suele destinar lo que escribe a tres o cuatro personas a las que ve a menudo. En algunos momentos de desconsuelo, le parece que estas tres o cuatro personas no entienden nada. Pide a su destino que le lleve nuevas personas, o bien que reanime a las de siempre con la luz del pasado. Mientras lo pide, recuerda que su destino no suele escuchar sus peticiones.

Ya no tiene miedo de que se produzcan terremotos. Se ha acostumbrado a escribir en situaciones amargas e incómodas, y con opresiones y sufrimientos que lo aplastan, como quien ha aprendido a respirar incluso oprimido por un montón de escombros».

Natalia Ginzburg – » Retrato de escritor»  (1970) – «Ensayos»

 

 

(Imágenes -1- Richard Prince – 1986 – artificial gallery – London- arnet/  2- Karen Hesse  Flatow – foto Chris Ramírez- The New York Times / 3- Agnes Martín  – 1973 – Kornelia tamm fine arts -photographie – arnet)

DIEZ AÑOS DE «MI SIGLO»

 

 

Se cumplen hoy diez años de MI SIGLO.

Uniendo las visitas de wordpress y las de blogger, MI SIGLO alcanza hoy los DOS MILLONES quinientas mil visitas.

Se han publicado 2. 250 entradas.

Mi agradecimiento a cuantos han seguido y siguen a MI SIGLO durante todos estos años.

(Imagen – Junko Yoda – 2004 – zabriskie gallery – artnet)

JUAN RAMÓN EN LA COCINA

 

 

Cuenta Ernestina de Champourcin en «La ardilla y la rosa. Juan Ramón en mi memoria» (Los libros de Fausto) que estando una mañana en la casa que Zenobia y Juan Ramón ocupaban en Washington y a la que ese día había sido invitada a almorzar, Ernestina se sentó con Juan Ramón en el porche en espera de que Zenobia llegase. «Y entonces – escribe Ernestina -, sorprendentemente, el poeta se puso de pie y me dijo :

– Voy a ir preparando el almuerzo, Ernestina. ¿Cómo prefiere usted los huevos, en tortilla o revueltos?

Como es de suponer, me quedé de piedra, y contesté rápidamente :

– Revueltos, Juan Ramón; pero voy a ayudarle, porque este espectáculo no me lo pierdo.

CY le seguí a la cocina, donde, poniéndose un trapo limpio a modo de delantal, empezó a cascar huevos y a partir jamón. El autor de «Platero» haciendo de marido americano es algo que no he podido olvidar nunca. La llegada de Zenobia interrumpió la escena, y de la cocina volvimos a la literatura y a las amistades. Después, en el jardín, hablamos de las ardillas que a él acudían, y de una muy especial que venía todas las tardes a comer en la mano de Juan Ramón. También abundaban los pájaros, y recordé que por ahí andaba la leyenda de que Juan Ramón se empeñó en dejar una casa en Florida porque decía que el canto de los pájaros no le permitía escribir».

Se evoca todo esto para anotar la aparición ahora de un libro, «La cocina de Zenobia» (Niebla), que presenta 158 recetas que la mujer de Juan Ramón compuso para que el poeta en las comidas sufriera menos del estómago.

 

 

Incidencias sorprendentes de la vida ordinaria que Ernestina de Champourcin comenta en su delicioso libro. Como, en otro orden de cosas,  ella añade : » precisamente en esos días todas las librerías de Washington exhibían como gran novedad » La montaña de los siete círculos«, del fraile trapense Thomas Merton, autor de unos extraordinarios libros de espiritualidad con el doble atractivo de su fondo místico muy elevado y un lenguaje moderno al alcance de todos. Compré el libro y su lectura completó la solución de una crisis íntima que yo traía desde México. Esto ayudó también a la escritura de mi libro de poemas ‘Presencia a oscuras», escrito casi todo él en Washington y publicado en Madrid ( «Presencia a oscuras»Adonais, 1952)», ahora reeditado.

 

 

(Imágenes-1-Ernestina de Champourcin- huella de mujeres geniales/2 -Juan Ramón / 3 Thomas Merton- 80 grados)

ESCRIBIR SEGÚN THOMAS BERNHARD

 

 

«Un día me siento y escribo nada más que un texto en prosa, y otro día, otro (…) Uno quiere hacer algo bueno, le gusta hacer lo que hace, como a un pianista. También un pianista empieza a tocar probando con tres notas, luego domina veinte y luego todas, y se va perfeccionando mientras vive. Y ésa es su gran diversión, y para eso vive. Y yo hago  con palabras lo que otros con notas. Nada más. En el fondo, otra cosa no me interesa lo más mínimo. Ese es el atractivo de todo arte. El arte consiste sólo en tocar cada vez mejor el instrumento que se ha elegido. Esa es la diversión, y uno no deja que nadie se la arrebate, ni que lo disuada y, si se trata de un extraordinario pianista, ya puede uno vaciar toda la habitación donde esté con su piano, levantar mucho polvo y tirarle cubos de agua, que él se quedará allí tocando. Y aunque la casa se le caiga encima, seguirá tocando, y lo mismo ocurre al escribir.

(…)

El escritor tonto, el pintor tonto, busca siempre motivos, pero uno sólo se necesita a sí mismo, sólo necesita seguir su vida. Quiere seguir siendo el mismo, pero no escribir lo mismo. Y eso es lo que importa. Si hay algo que importe (…)  Puedo escribir en un hostal, en una habitación alquilada, puedo escribir en París en pleno tráfico, no importa un rábano. Cuando estoy en esa etapa no me molesta. Sólo hay que saber cuándo se ha llegado a ese punto. Me cuesta más empezar en un lugar tranquilo donde no pase nada, porque no puedo arrancar (…)  Tuve miedo ya desde el primer libro. Bueno, de todas maneras se tiene a menudo esa sensación, se tiene periódicamente una y otra vez. No es nada nuevo. Entonces se dice uno: no tiene ningún sentido, pero una y otra vez ocurre algo. ¿Qué otra cosa se podría hacer si no? No se tiene otra cosa (…)

 

 

Soy sin duda un hombre dotado para la música. Y escribir prosa tiene que ver siempre con la musicalidad. El uno respira con el diafragma,  y el otro tiene que desplazar la respiración, claro, del diafragma al cerebro. Pero es el mismo proceso (…) Cuando va uno por la calle, todo eso ayuda. No hay que hacer nada, sólo falta abrir los oídos, los ojos, y andar. No necesita reflexionar. Entonces, cuando vuelvas a casa, eso estará en lo que escribas…si uno se hace independiente o es independiente. Si está tenso y es idiota o se esfuerza por algo, nunca surgirá nada. Si uno vive su vida, no tendrá que hacer nada para ello, todo le vendrá por sí mismo y se reflejará en lo que haga».

Thomas Bernhard.- «Conversaciones con Thomas Bernhard.- Kurt Hoffmann

 

 

(Imágenes-1-Bernhard en su casa / 2- Bernhard- mil inviernos/ 3- Bernhard- vice)

EL DETALLE EN EL ARTÍCULO

 

«Al escribir en la prensa o en Internet siempre los temas están ahí, en la vida, en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, en las grandes cuestiones eternas con las que se enfrenta al ser humano (vistas generalmente, sin embargo, desde un ángulo significativo, desde un detalle preciso, como una pequeña puerta que se abre a la amplia consideración del artículo).

«Ese detalle, el hallazgo inesperado de ese detalle, no es fácil encontrarlo. Se requiere ir con los ojos abiertos, una apertura que se llama atención. “Para hacer un periodismo real y tangible ‑recordaba Plaes indispensable una curiosidad, un interés por las cosas de la historia y de la vida”. Sin esa curiosidad se camina con los ojos cerrados y aplicándolo a este oficio del periodismo esa ceguera lleva a la destrucción. No se es periodista ‑ni siquiera se disfruta como ser humano‑ porque la vida aparece como un muro, una masa compacta y rutinaria en donde no cabe el asombro. “Yo he sido periodista toda la vida ‑seguía diciendo Pla‑, porque he tenido toda la curiosidad que me ha permitido la existencia y porque me gusta comunicar a los conciudadanos lo que, por una razón u otra, he podido observar.”

 

 

Pero el detalle está ahí, hay infinitos detalles escondidos en las arrugas de un rostro, en el brillo de unas pupilas, en los giros de una mano, en una modulada entonación, en la manera como un político le señala el cielo a otro político, porque los dos aún no saben de qué hablar y de alguna forma ese color del día, de la temperatura del día los une, les hace sonreír forzada y protocolariamente, y les ayuda a romper el hielo… Todo está lleno de detalles en las individuales existencias y en las grandes cuestiones del mundo. El periodista ‑el articulista‑ va en busca de esos detalles y en esos detalles encontrará muy posiblemente sus temas.

“No se cansará este cronista ‑ha escrito González Ruano‑ de dar gracias a las agencias periodísticas que recogen noticias mínimas y pintorescas con las que los periódicos llenan huequecitos de poca importancia pero necesarios en la confección de sus páginas. Muchas de estas pequeñas noticias, que pocos leen, son para este cronista la base de sus artículos. Lo más difícil en una colaboración de muchos tentáculos y de una sistematización bien ordenada no es la materialidad de escibir, sino encontrar un tema que tenga siquiera condición de pretexto, y que vaya medianamente con nuestros gustos y preferencias.”

 

 

El gallego Álvaro Cunqueiro, por otra parte, tomaba de las fotografías de agencias que se publicaban en la última página de Faro de Vigo motivo para sus comentarios. A veces no buscaba los temas, simplemente los encontraba. Se surtía para escribir sus textos de lo que veía en televisión o escuchaba por la radio, o simplemente de lo surgido en las conversaciones con los amigos. “Un amigo ‑escribía por ejemplo en Faro de Vigo en 1974‑ que escuchó un artículo mío en Radio Nacional de España, en el que yo decía que ya no se encontraban en el país gallego gentes que hubiesen visto la Santa Compaña (…) se muestra conforme conmigo (…) pero me asegura que sueltos, cada uno por su lado, andan por los caminos unos cuantos inquietos. (…) Pero a mi amigo, lo que le preocupan son esos secretos, casi niebla, figura de viento, que andan por ahí, pasajeros vespertinos silenciosos, y sin duda difuntos. Cuando me despido de él, me retiene por un brazo (…) y me dice que también habría mucho que hablar del cadáver de Evita. (…) Lo del traslado del cadáver de Evita desde la quinta peronista de Madrid al ‘altar de la patria’ en Buenos Aires, es operación política”. “Ayer ‑comentaba en otra ocasión el mismo Cunqueiro‑ estaba viendo, después de almorzar, la televisión. Y daban en ella un reportaje sobre la visita de los reyes de los belgas al Japón. Fabiola y Balduino iban a ver una representación de ‘kabuki’ ‑el locutor de la televisión le llamaba ‘kiburi’; por televisión se oyen siempre muchos disparates de este tipo, (…)‑ El drama que vieron Balduino y Fabiola era ‘La muerte de Susiku una mañana de viento’ (…) La hermosa Susiku fue muerta por Nakko (…).” Y así Cunqueiro proseguía con su cultura y erudición caminando a través de una prosa mágica y personal como la que él tenía hasta cubrir por entero uno de sus textos.

 

 

Camba, a su vez, procedía de forma parecida. “Leía yo recientemente una estadística del doctor Rokeby sobre el tiempo que pierden los hombres en hacerse el nudo de la corbata ‑escribía en su artículo Una estadística impresionante, en 1944‑. Suponiendo que, por término medio, pierdan tan sólo un minuto, ello arrojaría por cada millón de hombres el total de un millón de minutos, lo que, en un país como España, se elevaría en seguida a la fabulosa cantidad de doscientas mil horas diarias, o sea veinticinco mil jornadas de ocho horas. Es decir, que invirtiendo en otras actividades el tiempo que emplean en anudarse la corbata, los españoles, según el doctor Rokeby, podrían hacerse muy fácilmente cada mes un túnel, un rascacielos, un puente, una carretera, un buque o un aeródromo.”

José Julio Perlado – «El artículo literario y periodístico – Paisajes y personajes», págs 24-26

 

 

(Imágenes -1-Jacek Malczewski– 1907/ 2-Vincent Giarrano/ 3-Bernard Lamotte- 1940/ 4- Georges Dambier– 1952/ 5- David Lyle)

YO TE BAUTIZO EN NOMBRE DEL MAR

 

«Yo te bautizo en nombre del mar,

dijo mi madre con barcos en la voz.

Y las olas envolvieron mi nombre en las aguas,

abriendo en las grietas del cuerpo un salado

impulso que me sacudió la sangre.

Ahora sé que hay anclas ahogadas

en mis ojos: nítido eco de todos los deseos».

Graca Pires «Espaco libre com barcos» (2014)

(Imagen -Winslow Homer – 1895)

CAFÉS DE PROVINCIAS

 

 

«Vuelvo a pensar en el café Do Encoberto y en los escritores locales, «muito de preto vestidos», que toman café y emborronan cuartillas, por las tardes, solitarios en sus mesas, una por poeta, como es lógico. Probablemente son todos ellos malos escritores, o todo lo más mediocres. Despreciados probablemente desde Lisboa, desde Coimbra, desde Oporto, como los de aquí se desprecian desde Madrid o Barcelona. Yo, sin embargo, siento hacia ellos una enorme ternura. Quedarse en eso ha estado en la suerte de cualquiera. Es cosa de fortuna, buena o mala. También entre los que han saltado a la Prensa de gran difusión, entre los que tienen un nombre e incluso un público, los hay malos y mediocres. Pero si conmueven es de otra manera y por otras razones. Estos de los cafés de provincias, anticuados casi todos, embebidos en un esfuerzo sin porvenir, engañados acerca de sí mismos, de lo que piensan y de lo que escriben, son, sin embargo, los verdaderos escritores puros, sin gloria, sin ganancias, sin lectores. Incluso sin esperanzas ya. A veces, pocas veces, resulta que alguno de ellos era un genio ( lo cual sigue sin explicar nada), y menos veces aún alguien encuentra sus papeles, descubre que son valiosos, los publica y la gente se pregunta: «Pero ¿es posible que Fulano…?». Sí, Fulano, que se murió de asco, tenía talento. Los que escribían en el mismo café que él, en la mesa de enfrente, y lo tomaban, como él, con un poquito de leche, también se asombran. Porque los escritores malos de provincias, como los buenos de las capitales, son ciegos para los demás. Es cosa del gremio».

Gonzalo Torrente Ballester – «Cuadernos de la Romana» -1974

 

 

(Imágenes- 1- forocoches com/ 2-café A Brasileira)

MADRES E HIJAS


 

    » Estoy escribiendo estas líneas en Nueva York la noche del 17 de noviembre de 1980 – confesaba Carmen Martín Gaite en «Agua pasada» -,  y de repente he mirado a la ventana y he visto que ha empezado a nevar: los copos menudos giran sobre el fondo oscuro de la fachada de enfrente, en torno al resplandor de una farola que parece soplarlos ella misma, como si fueran palabras pequeñitas saliendo de una boca desconocida y dándole vueltas a la canción de siempre.

     Mi madre murió en diciembre de 1978, pocos días antes de que me concedieran el Premio Nacional de Literatura por mi última novela El cuarto de atrás, que a ella le encantaba y había leído dos veces. Y desde entonces he andado con los rumbos un poco perdidos, aunque parece que ya los voy recobrando. Y al decir esto, a ella se lo digo; tengo su retrato enfrente, pinchado en la pared de mi apartamento neoyorkino, que de repente, al alzar yo la cabeza de la máquina, se ha llenado de la fiesta de la nieve y de la sonrisa de mi madre mirándome escribir.

     No sé si se sonríe de lo raro que le parece encontrarse conmigo en esta ciudad tan lejana y en un cuarto tan distinto del cuarto de atrás y de que nos estemos mirando a la luz de la lámpara alquilada, mientras cae la primera nevada sobre la calle 119 West, o simplemente se sonríe de lo de siempre, del milagro de mi resurrección. No sabe lo que estoy escribiendo, pero le da igual.

     “¿Lo ves? ‑dice‑. ¿Lo ves?”

Lo que le confirma la madre desde la pared a esta escritora española se lo podría haber dicho igualmente durante la infancia o en la pubertad. Es la voz de la madre en esta noche neoyorkina un aliento tácito en el aire por encima de los años y de la nieve, por encima de las edades y de los desánimos, sobre los valles violáceos de las depresiones y sobre el triunfo de los éxitos. Esa voz perdura desde la mirada de la madre, no se sabe bien si es mirada o si es voz, pero sí es conocimiento, es fe en su hija, es sentido común, es fe en el quehacer, es sabiduría.

 

    

«Mi madre – seguía diciendo Martín Gaite -,  una de las personas más sabias que he conocido y desde luego la que más me quiso en este mundo y adivinó lo que me estaba pasando, aunque yo no se lo contara, sólo con oírme la voz o verme la cara cuando la iba a visitar, ya se enteraba de si me andaba rondando por la cabeza o no una historia nueva que tenía ganas de contar. Y cuando me veía callada o con poco apetito o le sacaba a relucir que tenía la tensión baja o fastidios domésticos, se sonreía sin mirarme, sabía que eran pretextos, cosas que no me importaban nada ni tenían que ver más que anecdóticamente con mi depresión. Nunca me aconsejaba que tomara vitaminas, que fuera al cine, que hiciera un viaje ni nada por el estilo. Se limitaba a decir, como al desgaire, como si no estuviera diciendo nada importante: “En cuanto te pongas a escribir otra cosa, se te pasará: ten paciencia.” Había puesto el dedo en la llaga, y yo la miraba como a un oráculo y le preguntaba con un dejo de desmayo en la voz, a veces casi con miedo: “Pero, mamá, ¿y si no se me vuelve a ocurrir nada?”

 

    

Ella alzaba entonces los ojos de la labor que estuviera haciendo y nunca podré olvidar el tono dulce, firme e inequívoco de su respuesta, acompañada a veces de una caricia ligera sobre mi pelo, el timbre de su voz cuando decía: “Eso mismo me dijiste la última vez.” “Te lo dije porque me lo creía”, protestaba yo.

     “Ya lo sé, mujer, ya sé que te lo creías, que siempre que terminas un libro te parece el último de tu vida y cuando lo empiezas, el primero. Por eso se te ocurrirá otro. Porque siempre estás empezando.”

     No volvíamos a hablar de aquello hasta que al cabo de los días o de los meses, cuando me veía de nuevo locuaz y animosa, interrumpía cualquier conversación que estuviéramos manteniendo para preguntarme inopinadamente, a veces incluso sin tenerme delante, simplemente por teléfono: “¿Lo ves, mujer? ¿Lo ves?” Y claro que lo veía, era como volver a ver, a través de sus ojos que lo veían todo. Y guardaba silencio, esperando la pregunta que venía luego indefectiblemente: “¿De qué trata tu nueva novela?” Yo me echaba a reír. “Pero si no sé todavía nada, sólo le ando dando vueltas, no sé siquiera si va a ser una novela o qué.”

     “Pues lo que sea, qué más da. Pero dale muchas vueltas, hija, y que te dure.”

J. J. Perlado – «El ojo y la palabra», págs. 33- 35

 

 

(Imágenes.- 1. Edouard Boubat– 1961/ 2- Wiliam Mainwaring– 1899/  3-August Sander– 1926/ 

Nguyen Thanh Binh)

EL SÁBADO, ROSA DE LA SEMANA

 

 

«Creo que el sábado es la rosa de la semana.; el sábado por la tarde la casa está hecha de cortinas al viento y alguien vacía un cubo de agua en la terraza; el sábado al viento es la rosa de la semana; el sábado por la mañana la abeja en el patio, y el viento; una picadura, el rostro hinchado, sangre y miel, aguijón perdido en mí: otras abejas olfatearán y el próximo sábado por la mañana veré si el patio está lleno de abejas. El sábado es el día en que las hormigas trepan por la piedra. Un sábado vi un hombre sentado en la sombra de la acera comiendo de una calabaza hueca carne seca y gachas de mandioca; nosotros ya nos habíamos bañado. Por la tarde, el timbre inauguraba al viento la matinal del cine; al viento el sábado era la rosa de nuestra semana. Si llovía yo sabía que era sábado; una rosa mojada, ¿no? En Río de Janeiro, cuando pensamos que la semana va a morir, con un gran esfuerzo metálico, la semana se abre en rosa:  el coche frena de repente  y, de repente, antes de que el viento asombrado pueda volver a empezar, veo que es sábado por la tarde. Ha sido sábado, pero ya no me preguntan más. Entonces yo no digo nada, aparentemente sumisa. Pero ya he cogido mis cosas y me he ido al domingo por la mañana. El domingo por la mañana también es la rosa de la semana. No es exactamente rosa lo que quiero decir».

Clarice Lispector – «Atención al sábado» – Para no olvidar»

(Imagen.-Eero Jarnefelt)

PRESENCIA DEL VERDE

 

 

En estos días de verano el ojo descansa sobre la perspectiva de los verdes horizontales, duerme en la naturaleza de los valles; en estos días de verano el ojo también se alarga a orillas del mar hasta tocar la línea verde y azul del agua. El ojo y el verde han provocado estudios de gran interés, como el firmado por el especialista en colores, el francés Michel Pastoureau que en su ensayo «Verde» » Historia de un color» (du Seuil)  recuerda que » en los jardines públicos todo es verde, no solamente los árboles y los arbustos, las plantaciones, sino también las sillas y el mobiliario, las verjas y los kioscos, las pancartas, los basureros e incluso el uniforme de los guardas. Verde tierno o crudo para lo vegetal, verde gris para los objetos: la gama de los verdes aparece extremadamente larga. El santo de los santos es el «teatro de verduras», lugar protegido donde el público puede venir a sentarse en un océano de plantas de todas las esencias y de todas las mezclas, y allí asistir a espectáculos. Cualquiera que sea el lado hacia el cual se gire la mirada, cualquiera que sea el objeto sobre el cual la mirada se pose, el color verde está presente.

 

 

Hacia 1900, en el corazón de las ciudades, este verde vegetal e higiénico se une con el verde de los médicos, nacido hacia el fin de la Edad Media y que ha atravesado discretamente toda la época moderna. La medicina y la farmacia tienen desde hace largo tiempo como color emblemático el verde, probablemente porque durante siglos la mayor parte de los remedios estaban hechos a base de plantas. En muchas universidades de Europa, es el color de la toga que distingue a los médicos de los farmacéuticos en los rituales académicos y, en el campo de batalla, encontramos las insignias que llevan los diferentes cuerpos de la armada. Las cruces que en las ciudades señalan las farmacias también aparecen en verde y han contribuido a unir este color con las profesiones de la salud.

Verde igualmente suelen ser los vestidos de los cirujanos  e incluso el verde existe en los pasillos y en las habitaciones de los pacientes. Hay indudablemente excepciones ( en Italia, por ejemplo, las cruces de las farmacias son rojas) y recientemente la paleta de colores de los hospitales se diversifica (el azul y el blanco toman gran distancia), pero el verde es aún – y por largo tiempo – un color médico, sanitario, tranquilizador».

El verde recorre la Historia  y Pastoreau lo encuentra en la Biblia, en el Islam, en las primaveras de las épocas, en la juventud y en la esperanza, en el estandarte de muchos héroes, en los colores de los pintores y en los poetas, en la moda y en todos esos valles y montes donde nuestra vista descansa y el ojo se alarga al final de la tarde sobre esa línea azul del mar que el verde confunde.

 

 

(Imágenes- 1-Eduard Boos- 1904/2.-Dora Carrington/ 3.- Felix de Boeck)

ARTESANOS

 

«Aquel verano veía también los árboles, eran hayedos y hojas y senderos donde las ruedas de mi coche pasaban hasta encontrar un sitio bajo los hayedos, estaba el tronco, las ramas, un gran silencio al apagar el motor, mi hijo iba detrás, tenía que estudiar alguna asignatura de verano y yo bajaba las ventanillas, era otro agosto, abría mi cuaderno Miquelrius y empezaba o seguía un relato, mi hijo me miraba, yo escribía sentado al lado del volante, entraba el silencio por las ventanillas, si levantaba la mirada veía los libros como árboles, de los árboles sale el papel para los libros, de los árboles sale el papel para los cuadernos Miquelrius, apuraba los bordes de la hoja y escribía, escribía, de vez en cuando hay que parar para leer qué ha hecho el personaje, si lo que está haciendo concuerda con lo que hizo antes y si hay un río de verosimilitud, un sentido común en lo que se escribe. Horas y horas escribiendo como horas y horas está el artesano sobre la madera, sobre el hierro, atenazando y puliendo y encajando los soportes y luego afinando los bordes, procurando que haya un sentido común en la mesa o en el hierro, no les hacen entrevistas a los artesanos, están con su gorra de visera cubriéndoles los ojos para concentrarse en el borde del hierro, en las dificultades del cristal, pasan los periodistas sin detenerse, siguen los artesanos en el fondo de sus talleres, a veces en pequeños huecos al borde de la calle, casi debajo de la calle, parecen zapateros ignorados y constantes en el repiqueteo del martillo sobre la suela, los clavos, la madera, el hierro, son artistas a los que nunca preguntarán, ¿por qué me preguntan a mí?, hay como una fascinación por las palabras, ¿y usted cómo escoge las palabras?, ¿cómo las elige? , ¿prefiere usted más el sonido de las palabras o el fondo de la historia que escribe?, no lo sé, no puedo contestarle, escribo y escribo bajo los hayedos y en estos casos nada puede molestarme, de vez en cuando me distraigo porque un pájaro diminuto, rechoncho, indeciso, viene y va en su paseo junto al árbol, muy cerca de la ventanilla, viene y va y él no sabe que lo estoy metiendo en el relato, viene y va por la imaginación, necesita un nombre, le pondré un nombre, ¿qué voy a contar de esta vida de pájaro?, él me lo irá diciendo o yo se lo iré diciendo a él antes de que se asuste y se dé la vuelta y se ponga a volar, pero ¡ya vuela!, acaba de salir del relato y toma el sendero hacia el árbol y se posa en la rama».

José Julio Perlado

(Imagen-Arthur Streeton– 1907)

EN VERANO, VIAJAR

 

 

«Viajar – dice Montaigne – me parece un ejercicio provechoso. El alma se ejercita continuamente observando cosas desconocidas y nuevas. Y no conozco mejor escuela para formar la vida, como he dicho a menudo, que presentarle sin cesar  la variedad de tantas vidas, fantasías y costumbres diferentes , y darle a probar la tan perpetua variedad de formas de nuestra naturaleza. El cuerpo no está ni ocioso ni agitado, y ese moderado movimiento lo pone en vilo. Aguanto a caballo sin desmontar – dice en 1580 en su viaje por Suiza y Alemania hasta Roma -, enfermo de cólico como estoy, y sin aburrirme, ocho y diez horas.

(…) No ignoro que, si lo tomamos al pie de la letra, el placer de viajar es prueba de inquietud e irresolución. Por otra parte, estas son nuestras características principales y predominantes. Sí, lo confieso, no veo nada, ni siquiera en sueños, ni con el deseo, donde pueda detenerme; sólo me satisface la variedad, y la posesión de la diversidad, si es que me satisface alguna cosa. En los viajes, me alienta hasta el hecho de poder parar sin perjuicio, y de tener donde distraerme cómodamente de ellos».

 

 

Antoine Compagnon, al evocar estas frases en «Un verano con Montaigne» (Paidos), recuerda que «la equitación le proporciona a Montaigne una «agitación moderada», hermosa combinación de términos para designar una especie de estado intermedio e ideal. Aristóteles pensaba caminando y enseñaba deambulando; Montaigne encuentra sus ideas trotando y cabalgando«.

 

 

(Imágenes -1-Nicola Simbari– 1968/ 2- Henry Moret- 1895/ 3-Gustave Moreau)

OJOS DE ANNA MAGNANI

 

 

«Aquí está cual la vi aquella noche – escribió de ella Indro Montanelli fijándose en Anna Magnani en un hotel de Milán – , con los negros cabellos desgreñados sobre la frente sin necesidad de peluquero, entre los cuales brillan los ojos duros y tristes dentro de las hondas órbitas. Estos ojos saben encenderse y reír, cuando quieren; sonreír, jamás. Ella no los fuerza a una expresión jovial, ni siquiera ahora cuando viene a mi encuentro al umbral de mi habitación; los deja en estado bravo, en armonía con el resto de su persona, o sea con su dureza y tristeza habituales (…)  Pero, Dios, ¡qué bella es esta mujer fea, despeinada, sin afeites, que se yergue ante mí y, a través de los cristales, contempla discurrir la vida de la ciudad! No por un gesto de la mano, sino aterrorizados por el resplandor de los ojos sobre los que hacían sombra, los cabellos se le han alzado sobre la frente de mármol y ahora se pliegan dócilmente de lado y bajan a lamerle la mejilla en una caricia consoladora, mientras una lágrima, contenida, al parecer, hace años, le brota de lejos entre las pestañas y viene a ablandar la mirada dura y triste que naufraga en ellas lánguidamente».

(Con motivo de la exposición que está teniendo lugar en Roma sobre la vida y el cine de Anna Magnani)

 

 

(Imágenes.- 1-Anna Magnani- colognoisseur/ 2.- Anna Magnani- foto publicitaria con su firma – Wikipedia)

A TODAS LAS CHICAS

 

 

«A todas las chicas

de todas las edades

que van y vienen por las calles

de esta ciudad

calladas o de cháchara

y posan

los pies en el suelo

primero uno luego el otro

uno dos

uno dos a veces

se paran a mirar

algún escaparate y de nuevo

forman la fila que va

de aquí a la China

por todas

partes de acá

para allá

de allá para acá».

 

William  Carlos Williams – «Perpetuum Mobile»

(Imagen- Look Fashion)