«Usted se fija — decía Juan Rulfo – que los personajes de «Pedro Páramo» carecen de rostro y, en algunos casos, de sentimientos. Esto tiene una razón. Borges dice que cuanto más primitivo es un pueblo, menos siente el dolor y es menor su capacidad de experimentar sentimientos. Ahí se trata de un pueblo que siente, pero muy en rudimentario, porque sus sentimientos han sido materialmente engarruñados por el esfuerzo de sobrevivir. Sepa – seguía diciéndole Rulfo a Robert Saladrigas en 1971 («Voces del «boom») – que para el mexicano la vida y la muerte son símbolos y, muy al contrario de los norteamericanos, que sienten pavor hacia la muerte o tratan por todos los medios de ocultar su presencia, el pueblo mexicano no se siente traumatizado en absoluto por el misterio de su destino.
(…) Cuando está uno al frente de una familia que come todos los días y los hijos estudian carreras complicadísimas, que cuestan montones de pesos, es dificilísimo dedicarse con la tranquilidad necesaria a una obra de creación. Yo sé que mis obras se reeditan año tras año, y que las últimas ediciones son de cincuenta mil ejemplares, ¡ qué barbaridad!, pero ¿quiere que le diga lo que de verdad pienso? Yo no sé quién lee los libros, mis obras. ¿La juventud? ¡Pse! No lo acabo de ver. Mire, en México vivimos tiempos de enorme confusión literaria. Desde que nos alcanzó la moda del «nouveau roman», los jóvenes creyeron que lo único válido era escribir sobre los objetos de una plaza, el hueco de una ventana, lo que había al otro lado del dintel de esa ventana, en la habitación, sobre una mesa, en la pared, y así, cosas por el estilo. Llegaron a decir que la novela que no fuese urbana y el empleo de la imaginación eran sinónimos del folklore. Habría que indagar qué entienden por folklore. No se daban cuenta de que la novela -del – objeto era un círculo vicioso que comenzaba y acababa en sí misma, sin posibilidad alguna de transcender. Pues bueno, el sarampión no se ha extinguido aún y encima no creo que lea más del quince por ciento de la poblaciòn. ¿Para quién escribe uno? Yo no lo sé, nunca he logrado averiguarlo. El que las ediciones de mis libros se agoten una y otra vez es algo que no consigo explicarme (…) Es posible, sí, que acabe «La cordillera». Pero no sé cómo, ni cuándo. Algún día será. Le pasaré el aviso. Cuando sea y me sienta tranquilo y con ganas de crear la obra que uno, que es lector insaciable, a veces siente deseos de leer porque busca que sea nueva y le diga lo que nunca le han dicho, entonces no queda más alternativa que escribírsela uno mismo».
Esa «obra que le diga lo que nunca le han dicho» la recibió y leyó García Márquez, tal como lo cuenta Alvaro Mutis: » Me hice amigo de Rulfo – dice -, un hombre inteligentísimo y con ninguna de las debilidades de los intelectuales famosos, de una gracia enorme. Cuando llegó Gabo a México, le llevé un ejemplar de «Pedro Páramo» y le dije: «Lea esto». Lo leyó esa noche, lo acabó en un día y estaba asombrado: » Esto es una maravilla». Le di el otro tomo entonces, «El llano en llamas«, busqué a Juan y los conecté. Me decía Juan: «¿Para qué trajiste a este amigo que te quiere mucho a este país tan complicado?».
(Imágenes -1-Rulfo- Chicago Tiempo Libre/2-Rulfo-proyecto Aula/ 3.-Rulfo- nuovi orizzonti latini)