«Mañana si todo sale bien, terminarás tu libro: «solo el primer borrador», pero ya estás mostrando síntomas que indican un término, un final que se parece más a la liberación que a la entrega. Te estás poniendo impaciente e irritable, es probable que pronto te sumerjas en la hosquedad. De hecho, pasado mañana, incluso aunque quede mucho trabajo por hacer, el libro ya no será algo imaginado sino algo escrito. Dejará de ser una gestación para convertirse en un acto logrado; ya no será un conjunto de posibilidades sino una realización particular de ellas. Un niño en el útero significa la vida misma; una vez afuera, es un mocoso definido y particular. Lo que queda por hacer – alimento y educación – tiene su interés e importancia, pero los padres quedan pegados a un conjunto final de oportunidades para observar y para alentar que se desarrollen. Los sueños de gloria son dejados a un lado frente a pequeños imperativos prácticos. Si alguna vez llega, la gloria vendrá años después, cuando ya no tenga ninguna conexión con la esperanza fácil, consoladora que el trabajo todavía sin hacer generaba. Ya no podrás esperar el final consumado, el triunfo de tus ansias. Si el final se consuma, o es solo una promesa de consumación, o una desilusión total, dará lo mismo; o al menos no se parecerá en nada a terminar las cosas. Habrás sido vaciado: no habrá nada sobre lo que preocuparse, nada con lo que sentirse seguro, nada que esperar respecto a la absoluta realización de tu poder en el lenguaje. Al mismo tiempo, todo esto es irrelevante, impreciso y ridículamente engañoso».
Harry Mathews – «Veinte líneas por día» – 16 de marzo de 1983
(Imagen – Paul Serusier)