«Yo en Cinecittà no habito sino que vivo – le confesaba Federico Fellini a Ignazio Maiore en 1973 – Mis experiencias, mis viajes, las amistades, las relaciones empiezan y terminan en las salas de rodaje de Cinecittà. Todo lo que existe fuera de las verjas de Cinecittà son afluentes, aunque insustituibles, un enorme y maravilloso almacén que visitar, que expoliar, que transportar dentro de Cinecittà ávida, incansablemente. No sé si todo esto es un privilegio o una servidumbre, pero es mi modo de ser.» Benito Merlino, al recorrer la vida de Fellini, contaba cómo el director italiano donde se encontraba más a gusto era
en Cinecittà. Con frecuencia, muchos domingos por la tarde, se recluía allí para trabajar con calma, sin llamadas de teléfono, lejos de la ciudad. Era aún adolescente, cuando a través de las actualidades del cine Fulgor de Rimini oía hablar de Cinecittà y sería años más tarde, como sigue contando Merlino, cuando Federico acompañaría un día a Ingmar Bergman por aquellos estudios, un Bergman «que llega vestido con un corto impermeable, el pelo alto en la nuca, las manos cruzadas a la espalda». El director de Cinecittà
le había rogado a Fellini que lo acompañara y el director italiano, un poco descontento por la austeridad del sueco, guía a su compañero por el dédalo de la ciudad cinematográfica. Entre otros sitios se detienen ante la gran piscina – «la más grande del mundo» – en la que todo se puede reconstruir: batallas navales, naufragios, competiciones de delfines, como así lo destaca el director de los Estudios y Fellini procura traducirlo al inglés.
Ahora el cine – como se recuerda estos días – se va de Cinecittà. Pero entre tantos directores como por allí han pasado quizá Fellini es el que más
quede en la memoria. «Aquí paso mis mejores ratos – había confesado el autor de «La Strada» -. Es mi fábrica, el lugar donde trabajo y es un buen instrumento de trabajo. Además me siento unido a ella por lazos de orden afectivo. Vine aquí por primera vez hace mucho tiempo. Entonces era periodista y hacía entrevistas a estrellas, a directores de cine…» Merlino cuenta que era en el estudio 5 donde Fellini disponía de un gran despacho. Un diván, algunos sillones, una mesa con dos teléfonos, una vieja Olivetti y un amplio tablero mural
forrado en verde donde colocar notas, fotos o direcciones. Se añadía a esto un comedor y una pequeña cocina en la que un exboxeador convertido en cocinero preparaba bajo sus indicaciones comidas muy simples a base de patés y tortillas para sus numerosos invitados. Fellini prefería comer en Cinecittà. Sobre su mesa más de cien estilográficas, lápices y pinceles de todos los colores con los que dibujaba siluetas, perfiles, narices, bigotes, detalles de vestimenta, actitudes, expresiones del rostro de innumerables personajes.
(Imágenes.-1.-Fellini.-Mary Ellen Mark/ 2.-Fellini y Mastroiani en 1965/ 3.- Fellini y Giuletta Masina en «Las noches de Cabiria»/ 4.- Fellini y Mastroiani/ 5.-Federico Fellini)