”El tercer hombre” tuvo que arrancar como relato y no como libro cinematográfico, antes de ponerme a trabajar en lo que pareció una interminable serie de transformaciones de un guión a otro – recordaba Graham Greene -. Carol Reed y yo trabajamos en estrecha colaboración sobre la continuidad y la línea argumental cuando volví a Viena con él para escribir el guion. Recorrimos kilómetros de alfombra y representamos escenas el uno para el otro. Nadie participó de aquellas reuniones , ni siquiera el propio Korda : tan válidos son los ataques mutuos y el ímpetu de la discusión entre dos. Para el novelista, desde luego, su novela es lo mejor que él puede hacer con un determinado tema; no puede sino exasperarse ante muchos de los cambios necesarios para convertir su texto en una obra cinematográfica. A decir verdad, la película es mejor que el relato, porque en este caso es la versión final del relato.
Algunos de estos cambios responden a motivos obvios, superficiales. La elección de una estrella norteamericana en lugar de una inglesa suponía una serie de modificaciones : la más importante era que también Harry debía ser norteamericano. Joseph Cotten hizo una objección muy razonable al nombre que yo había dado al personaje de la historia : Rollo. Una de las pocas grandes discusiones que tuvimos Carol Reed y yo giró en torno al final, y él demostró de una manera muy brillante que tenía razón. Yo sostenía que un pasatiempo de esa índole era demasiado endeble para soportar el peso de un final triste. Por su parte, Reed pensaba que mi final – impreciso, sin palabras, con Holly y la muchacha alejándose juntos en silencio del cementerio donde entierran a Harry – impresionaría al público que acababa de ver la muerte y el entierro de Harry como una muestra de desagradable cinismo.
(…) Cuando Carol Reed fue conmigo a Viena para ver las escenas que yo había descrito en el guión, quedé perplejo al comprobar que, entre el invierno y la primavera, Viena había cambiado por completo. Los restaurantes del mercado negro, donde sólo con mucha suerte podían encontrarse en febrero unos cuantos huesos que se hacían pasar por cola de buey, ahora servían frugales comidas legales. Habían retirado las ruinas fronteras al “Café Mozart”, que yo había bautizado “Vieja Viena”. Una y otra vez me oía a mí mismo decir a Carol Reed: “Te aseguro que Viena era de veras así… hace tres meses.”
(Imágenes -1- Graham Greene/ 2, 3 y 4 , escenas de la película “El tercer hombre”)