«Fumiyo,
El 6 de agosto, debía de ser cerca del mediodía cuando llegué a lo alto del monte Hijiyama. Me había dado tanta prisa desde que salí de casa de Aiko que casi no había reparado en el estado de la gente con la que me cruzaba ni en el de las calles por las que pasaba. Bordeé la Escuela Femenina de Comercio y subí corriendo aquella colina relativamente elevada en la que había una glorieta. Pensé que ese era el lugar más cercano a la casa de Aiko desde donde se dominaba una vista panorámica. Lo primero que hice fue mirar a la ciudad de Hiroshima. La conmoción fue tan fuerte que no la puedo expresar con palabras. Me quedé literalmente paralizado de miedo. Fumiyo, creo que la imagen que vi en ese momento se me quedará grabada en la memoria para toda la vida.
Hiroshima se había desfigurado por completo en un instante, o más bien en poco
tiempo, porque en realidad ya habían pasado algo más de tres horas desde la ráfaga de luz. El caso es que Hiroshima había dejado de existir en tan solo tres horas. La sexta ciudad más grande de Japón, con una población de cuatrocientos mil habitantes y conocida como «la ciudad del agua» por estar situada sobre los deltas de siete ríos, había desaparecido.
(…)
La casa de los Sugimoto estaba en el barrio situado en la falda oeste del monte Hijiyama. Después del desayuno la señora Sugimoto había salido al huerto de atrás, pero volvió un momento a la cocina a recoger algo. Su marido estaba vestido para salir en breve y, en vez de subir a su despacho, se había quedado leyendo en la mesa baja del salón con tatami. Entonces fue cuando brilló esa especie de relámpago y se oyó como un enorme trueno.
Lo primero que pensó el señor Sugimoto es que habían atacado su casa directamente. Durante unos instantes no pudo ver nada, pero seguía consciente. Podía mover los brazos, pero notaba que algo le oprimía el cuerpo. Al recuperar la
visión se encontró tendido sobre la mesa en el mismo lugar de la sala, atrapado entre vigas, tablones de madera y pedazos de pared. Se dio cuenta de que lo que le había cegado era el polvo que se había levantado (…) Logró escabullirse retorciendo brazos y piernas, se puso en pie y miró a su alrededor(…) Se dio cuenta de que se había salvado porque estaba en el pequeño espacio que quedaba protegido por la mesa. Consciente ahora del peligro, llamó a su mujer. Estaba sana y salva en la cocina, entre paredes y vigas derrumbadas.
(…) Una vez fuera de la casa, vio que el segundo piso estaba retorcido y hundido hacia el primero, con lo que parecía que toda la casa se hubiera derrumbado(…) La calle por la que pasan los tranvías estaba llena de gente que huía. Algunos corrían de norte a sur y otros en la dirección contraria. A ambos lados de la calle las casas se habían venido abajo sin excepción, y de algunas montañas de escombros se levantaban llamas y humo.
(…) El señor Sugimoto me explicaba su historia con todo detalle, en su peculiar tono tranquilo de conferenciante, como si se tratara de un asunto ajeno y sin prestar atención a lo que ocurría a su alrededor.»
(Carta de Toyofumi Ogura a su esposa Fumiyo.- Hiroshima 25 de noviembre de 1945)
(Imágenes.- 1.-Mircea Suciu/ 2.-Vladimir Lebedev/ 3.-Christophe RW Nevinson/ 4.-Niccolò dell Arca-santuario de Santa María della Vita de Bologna)