» En el crepúsculo encantado de la metrópoli algunos días la soledad se volvía obsesiva, e incluso la sentía en otros, empleados jóvenes y pobres que mataban el tiempo delante de los escaparates y esperaban la hora de cenar solos en un restaurante; empleados jóvenes que, al anochecer, desperdiciaban los momentos más maravillosos de la noche y de la vida.– así leemos en «El gran Gatsby« del que hace pocos días hablé en Mi Siglo -.
A las ocho, otra vez, cuando la calzada en penumbra de las calles Cuarenta se llenaba de la agitación de los taxis, en filas de cinco, que iban a la zona de los teatros, sentía una opresión en el corazón. Se unían las siluetas en el interior de los taxis a la espera de emprender la marcha, cantaban las voces, chistes que yo no oía provocaban risas, y cigarrillos encendidos trazaban ininteligibles espirales. Imaginando que yo también corría hacia la alegría y compartía su entusiasmo más íntimo, les deseaba lo mejor.»
«Toda la noche los grandes edificios permanecen callados y vacíos – leemos igualmente en «Manhattan Transfer» -, sus millones de ventanas apagadas. Babeando luz, los ferries devoran su camino en el puerto de laca. A medianoche los trasatlánticos expresos de cuatro chimeneas zarpan de sus muelles luminosos para hundirse en la oscuridad. Los banqueros, con los ojos legañosos, oyen, terminadas sus conferencias privadas, los aullidos de los
remolcadores cuando los vigilantes, gusanos de luz, abren las puertas laterales. Se instalan refunfuñando en el fondo de sus limusinas y se dejan llevar rápidamente hacia la calle cuarenta y tantos, calles sonoras, inundadas de luces blancas como el gin, amarillas como el whisky, efervescentes como la sidra.»
Son dos de los ejemplos que Luis Goytisolo comenta en su libro de ensayos «Naturaleza de la novela» (Anagrama) en el que, hablando de la narrativa norteamericana del siglo XX, une el auge de la arquitectura y el poderío simbólico de los rascacielos de la gran ciudad con estos seres que Scott Fitzgerald y John Dos Passos ponen a andar- entre trepidantes y nostálgicos – por las calles de Nueva York. «El gran Gatsby», dice Goytisolo, podría mantener su influjo sobre otros novelistas y «La hoguera de las vanidades» de Tom Wolfe llegaría a ser el mejor ejemplo. (…) Los rasgos de esta sociedad regida por la codicia y la vanidad, Scott Fitzgerald los captó antes de la Gran Depresión.»
La novela de las ciudades y la ciudad de las novelas – Proust y París, Joyce y Dublín, Döblin y Berlín, Butor y Bleston, entre otros – han sido estudiadas y enlazadas por Jean-Yves Tadié, al que alguna vez me he referido. Nueva York ocupa entre todas esas ciudades un puesto destacado. Sus múltiples versiones literarias configuran todo un mundo.
(Imágenes:- 1.-foto Frank Navara.-1940/ 2.-Eve Arnold.-1950/3.-Eugene Smith.-1958-1959/4.-Elliott Erwitt.-1955/5.-Nueva York.-Johann Berthelsen/6.-Smithsonian-1959.-american art museum)
Magnífica entrada, comentarios y fotos. Dan ganas de cogerse los libros reseñados y leerlos de nuevo. Muy acertado el emparejamiento autores-ciudades.
Saludos.
Javier dG
Javier,
estas ciudades y estas novelas son retratos que se complementan unos con otros. Una vez más se demuestra que cada escritor registra un tiempo y un enfoque distinto. Con ellos todos se enriquecen.
Muy agradecido a tus palabras.
Saludos cordiales.