«El día de Pentecostés, cuando hacía tanto calor, me esforcé en permanecer despierta hasta las once y media, para contemplar a solas, por una vez, la luna, a través de la ventana abierta…Por primera vez desde hacía un año, frente a frente con la noche, estaba bajo el imperio de su encanto. Después de esto, mi deseo de volver a vivir un momento semejante podía más que el miedo a los ladrones, a las ratas y a la oscuridad… A muchos les parece hermosa la naturaleza, muchos pasan a veces la noche al raso; los que están en las cárceles y en los hospitales aguardan el día en que podrán volver a gozar del aire libre; pero hay pocos que estén, como nosotros, recluidos y aislados, con su nostalgia, de lo que es accesible a los pobres igual que a los ricos.
Contemplar el cielo, las nubes, la luna y las estrellas me tranquiliza y me devuelve la esperanza, y esto no es, ciertamente, imaginación. Es un remedio mucho mejor que la valeriana y el bromuro. La naturaleza me hace humilde y me prepara a soportar con valor todos los golpes.
(…)
Mientras la humanidad, sin excepción, no haya experimentado una gran metamorfosis, la guerra seguirá haciendo estragos; las reconstrucciones, las tierras cultivadas, serán destruidas de nuevo, y a la humanidad no le quedará más remedio que volver a comenzar».
Ana Frank: «Diario»
(pequeña evocación el día en que se ha derrumbado el árbol que ella veía desde su escondite. «No hacer ruido: es la consigna» – escribió en su «Diario» -: prohibido toser, prohibido moverse. Sentada durante horas permanecía envuelta en una manta para no ser descubierta.
Hoy es el ruido el que ha acompañado al temporal en Ámsterdan)
(Imagen: elpais)