LEYENDO, ESCRIBIENDO

Hace siete días – el 16 de diciembre – anoté aquí unas frases sobre el último libro publicado en España por Julien Gracq. Hoy ha muerto a los 97 años de edad uno de los mayores escritores franceses. Leyendo escribiendo (Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja) es uno de sus volúmenes más interesantes. Su serena capacidad crítica le llevaron a adentrarse en la lectura profunda con agudeza y serenidad, como si caminara sobre lo terrenal de las palabras y en un largo paisaje de ríos y de imágenes. Profesor de geografía durante años, devoto amante del ajedrez, señalaba que «el mundo del ajedrez es un mundo cristalino, glacial. La literatura sólo me interesa porque tiene que ver siempre, con mayor o menor fuerza, con el mundo de los afectos».
Sus «carnets de ruta» como incansable caminante tomaron nota de los Alpes, la Bretaña, Normandía y tantos otros macizos o senderos que, sin querer, pasaban de la naturaleza a la página y de los vientos de las montañas hasta el refugio de su biblioteca. Escribió obras memorables, como El mar de las Sirtes o La littérature à l`stomac o ¿Por qué la literatura respira mal?. Habiendo rechazado el Premio Goncourt, declaró una vez que «la verdadera biografía de un escritor son los encuentros que le han influido: son a menudo encuentros con libros, mucho más que con personas». El Nantes – del que en este blog ya he hablado – extendía la forma de una ciudad y en el silencio de su habitación Julien Gracq iba trazando el libre movimiento de la frase, esa pasión que le llevó a decir: «se escribe, primero, porque otros antes de nosotros han escrito, después, porque ya se ha comenzado a escribir. No hay escritores sin inserción en una cadena de escritores ininterrumpida. Nadie antes empleó ese extraño futuro intransitivo, el único que erige verdaderamente, y abusivamente, el trabajo de la pluma en enigma: escribiré«.

UN DÍA EN LA VIDA DE ALEXANDR SOLZHENITSIN

Ahora que está a punto de aparecer una gran biografía de Solzhenitsin pacientemente investigada y escrita por Ludmila Saráskina durante siete años, me viene a la memoria mi descubrimiento hace mucho tiempo del gran libro «Un día en la vida de Iván Denísovich» y la entrevista que en 2003 concedió el Premio Nobel al canal estatal ruso «Rossía» con motivo de su 85 aniversario.
En aquella entrevista-reportaje intervenían varios de sus hijos y su actual mujer.
-Usted dice que la cárcel es buena para el artista.-le preguntó el periodista.
-Allá está dicho – contestó Solzhenitsin -. Buena es para los que sobrevivirán. Y para los que lograrán sacar la enseñanza moral.
-Y lo que narra en «Iván Denísovich«, ¿ eso es de su experiencia?- le preguntaron.
– Eso es de mi propia experiencia -respondió el escritor-. Eso yo lo podía tomar solamente de mi experiencia. Sin la experiencia propia no lo comprenderías. Observando no lo comprenderías. Eso debe ser uno mismo.
Otro de los hijos del novelista mostraba desde Vermont, en Estados Unidos, la casa en donde Solzhenitsin escribía.
-Aquí está la casita – decía-. La mañana era su momento sagrado para el trabajo. Precisamente sobre esta mesa escribía la novela sobre la revolución rusa. Esta era la pequeña ventana. Nosotros hemos visto que a través de ella pasa la vida, pasa el trabajo. Él era nuestro profesor de matemáticas. Esa roca en la tierra era nuestro Pegaso. Nuestro padre nos dijo que esto era un caballo pero transformado por un mago. Y que en este caballo íbamos a volar hacia Rusia. Por eso para nosotros eso fue el caballo encantado.
Por otro lado, la esposa del escritor confesaba:
-Cuando entro en la habitación, percibo su estado de ánimo. No lo percibo por cómo está sentado, ni por cómo me mira o se mueve. Él está de espaldas. Lo sé por la calidad del silencio en la habitación.
Por fin, el propio Solzhenitsin comentaba entre otras cosas:
-Entre los artistas hay muchos y diferentes ismos. Pero no son esenciales. A menudo son inventados. Así como también lo es la división entre los artistas creyentes y no creyentes. Ellos dicen que están libres de alguna instancia superior, que sobre ellos no hay nadie. «Yo no creo y yo soy creador del Universo. Yo he creado el mundo»- dicen. Normalmente tales artistas se esfuerzan pero no pueden llegar alto. Pero el artista que cree en Dios, o por lo menos que en él hay conciencia de Dios, conciencia de que hay en el mundo una fuerza superior, se comporta como el aprendiz-ayudante de Dios. El orgullo es un pecado muy pesado. Uno no tiene que tener orgullo. Puede tener satisfacción. Si tienes satisfaccción das gracias a Dios. Pero tener el orgullo, el orgullo nacional, el orgullo estatal, no.
Así concluía aquella entrevista en el canal estatal ruso cuando cumplió el gran escritor 85 años.