EL BROTE DE UNA lÁGRIMA

Aquella lágrima no venía del recuerdo ni de la ausencia, venía de la imaginación, del temor a lo que podía ocurrir. Una especie de adelantamiento a lo que le habían hablado del futuro. Era una lágrima pequeña, concentrada, que no estaba escondida en la memoria, que tampoco vivía de la evocación. Porque era una lágrima extraña, una en cada ojo, subía del sentimiento y del corazón aprensivo, de lo imaginario que aún no había ocurrido, era un brote de lágrima, una humedad cristalina que no tenía la capacidad del llanto ni se iba a desbordar en congojas. Era una presión de emociones, una alteración del espíritu que presionaba a las puertas del párpado como pidiendo salir a la pupila, impetuosa, intensa, imparable, no había que llorar, sencillamente había que presionar un poco el contenido de las emociones y horadar los sentimientos como una gota de agua, como si fuera un cristal sin aristas, un cristal, o mejor dicho, dos cristales, uno en cada pupila, brillantes, húmedos, agua extraña de sentimientos, agua quizá salada, no se sabía aún, proveniente sin duda del corazón y de sus estremecimientos, que había subido instantánea y eléctricamente por rápidos caminos hacia el cerebro, y de éste a los ojos, y en el interior de los ojos, por detrás de los ojos, esperaba aparecer sin que nadie la viera, pero alguien la vio, vio los dos brotes de lágrimas, cada uno en su pupila, que ya no podían aguantar más en el interior y brotaron, y alguien que lo vio enseguida le acercó un pañuelo.

José Julio Perlado

(Imágenes- 1- – iglesia del Arc- en – ciel Haute- Marne (Francia/ 2- wikipedia)