Quien piensa que en él ya existe todo — escribe un pensador contemporáneo —-,y, en consecuencia, puede nutrirse de esa plenitud y disponer de todo, se niega lo que podría dar. El ser humano no está sólo para hacerse a sí mismo, sino para aceptar desafíos. Todos nosotros estamos inmersos en la historia y dependemos unos de otros. Por eso el ser humano no sólo debería pensar qué quiere, sino más bien preguntarse para qué es bueno y qué puede aportar. Entonces comprendería que la realización no reside en la comodidad, en la facilidad y en el dejarse llevar, sino en aceptar los retos, en el camino duro. Todo lo demás se convierte en cierto modo en aburrido. Sólo la persona que se «expone al fuego», que reconoce en sí una llamada, una idea que satisfacer, que asume una misión para el conjunto, llegará a realizarse. No nos enriquece el tomar el camino cómodo, sino el dar.
Y aquí tienen ustedes — dijo el guía- dos miradas cruzadas. Se trata del cuadro de Domenico Ghirlandaio “ Un anciano con su nieto”, una pintura al temple sobre tabla de este artista del Renacimiento italiano. Fechada en 1490, es una de las obras más conocidas del autor y destaca por su intensidad expresiva. Su realismo ha sido descrito como único entre los retratos del Quattrocento. Es uno de los pocos cuadros conocidos de un importante maestro renacentista que presenta el tema de un abuelo con su nieto. Pero lo que nos interesa aquí, como les digo, es ese cruce de miradas.La mirada de la infancia y la mirada de la senectud. Los ojos del nieto ascienden hacia los ojos del abuelo, admiran embobados esos ojos que le quieren y le sonríen a su modo, pues los ojos en la intimidad también sonríen. Los ojos del nieto pasan sobre la nariz enferma del abuelo, nada le importa ese montículo que asoma en su nariz. Lo que le atrae es la gran seguridad y serenidad de los ojos de su abuelo que le protegen. Y a su vez, los ojos del anciano quisieran hablar desde las pupilas de cuanto le espera a ese niño en su vida, incógnitas que nadie conoce y que el abuelo contempla con ternura porque quisiera descubrirlas y protegerlas.
Son las edades del hombre. El espejo de los ojos. La sabiduría y la ternura que se acercan a su final y la ingenuidad y la confianza que se alzan en la espera de ayuda desde la niñez. Vasari,en sus Vidas, dedicó varias páginas a Ghirlandaio, pero a nosotros —- dijo el guía — nos interesa más ese cruce de miradas de las edades del hombre, cómo los ojos se comunican y quisieran hablarse por encima del tiempo.
José Julio Perlado
( del libro “ La mirada” ) (relato inédito)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
(Imágenes-1- viejo con su nieto/-Louvre/ 2 – Ghirlandaio – anunció a Zacarías;)
Creo que no exagero —decía el novelista japonés Kenzaburõ Oe — al afirmar que la experiencia del ataque nuclear sufrido por los ciudadanos de aquellas ciudades ha sido la mayor desgracia soportada por los seres humanos en el siglo XX. Por supuesto no existe modo alguno de reparar el desastre pero quiero concentrarme un momento en los esfuerzos de quienes, casi inmediatamente después de que se lanzaran las bombas, emprendieron los intentos de aliviar a las víctimas y, de diversas maneras, prosiguen tales esfuerzos hoy en día Yo era un padre jovn cuyo primogénito. nabía nacido deforme, aún no tenía la menor idea de cómo podría abordar el problema, y en un estado de aturdimiento por la situación, me había puesto a escribir acerca de la conferencia mundial sobre las bombas atómicas y de hidrógeno. Para mí el interrogante de mayor importancia era. ¿ por qué me había impulsado a aceptar semejante encargo en un momento tan horrendo y con una ignorancia casi absoluta de las complejidades de un movimiento político a gran escala?
(a la memoria del escritor japonés, Premio Nobel de Literatura, que acaba de morir.)
Recuerda un pensador contemporáneo que, en general, se puede afirmar que la persona siempre se reconoce primero en el otro, a través del otro. Nadie puede encontrarse a sí mismo si sólo observa su intimidad e intenta comprenderse y construirse a partir de sí mismo. La persona, en cuanto ser relacional, ha sido creada de tal forma, que se hace en el otro, y descubre también su sentido, su misión, su exigencia y posibilidades vitales en los encuentros con los demás.
En aquellos días de la pandemia se veía a los brazos deambular por los pasillos de las casas, a veces tiesos, a veces indolentes, y eso tanto en Oriente como en Occidente. Porque la pandemia no había supuesto una reducción de movimientos en las extremidades superiores del ser humano, pero sí un vacío de completo contenido, como si los brazos de hombres y mujeres que siempre habían tenido un contacto circular en el aire y con el aire, que siempre habían trazado un círculo en el aire para acoger a los demás con un abrazo, ahora tal movimiento estuviera casi totalmente limitado y desaparecido. Los brazos se dedicaban entonces a simples tareas mecánicas, muy valiosas para la vida de utilidad, es decir, para dirigir y transportar a las manos en el acto de comer, o bien para abrir y cerrar ventanas y puertas, o para extenderse luego desde el codo, orientando a las manos y a los dedos a cuestiones meramente físicas, pero no emocionales. Los brazos no podían abrazar porque no había a quién abrazar, excepto en algún momento a la íntima familia, puesto que los amigos y los amores estaban muy lejanos, casi desaparecidos, había un silencio de calles desiertas, una asombrosa ausencia de semejantes, no había encuentros ni reconciliaciones , ni siquiera el consuelo en las despedidas porque los que se iban lo hacían completamente solitarios, aislados de sus familias, envueltos en escafandras y tubos, en una muerte seca y rápida. Por ello los brazos no tenían la ocasión de abrazar, algo que necesitaban como el alma, ya que con los abrazos se ocultaban las angustias, las depresiones, y sobre todo se mantenía el ansía de compartir afectos con sólo rozar los hombros y las espaldas, con sólo compartir alegrías y dolores, en el fondo, con comunicar Las manos de vez en cuando aplaudían desde los balcones pero los brazos no sabían a quién abrazar.
Existen fuerzas que no podemos ver — nos recuerda un pensador contemporáneo — y, sin embargo, son completamente reales. Fijémonos sobre todo en las cuestiones auténticas, las cuestiones del espíritu y del corazón. Yo puedo vislumbrar en los ojos de una persona, en su expresión y en otras cosas parte de su interior, pero sólo como un reflejo de algo más hondo. Visto así, también las cosas materiales traslucen un poco lo invisible de forma que nos aseguramos de su existencia y somos movilizados hacia ello. Las fuerzas que no podemos ver, pero sí percibir sus efectos, nos revelan que el mundo es más hondo de lo que son capaces de captar el ojo y los órganos sensoriales.
Recuerdo el ruido de.los libros. Yo me había quedado a oscuras a propósito en el centro de la biblioteca, en el centro la habitación, sin toser, sin moverme, los pies juntos, inmóvil. De repente apareció don Quijote apartando con su lanza la cortina de los clásicos,allí, en el rincón de Quevedo y de Manrique. Apartó la cortina con la lanza y evitó que Rocinante diera un pequeño traspiés contra la madera de la balda, apenas nada, porque pronto se irguió su figura y con Sancho detrás en la grupa avanzó por entre los lomos de los libros y los cristales de las estanterías porque iban los dos en busca de Papá Goriot, que estaba cenando con Balzac en la balda de los franceses entre una nube de café humeante, tazas y tazas de café humeante cuyas burbujas subían hasta el cerebro del novelista y le provocaban crear la Comedia Humana. Yo sabía que los personajes invadían la biblioteca del despacho y cada uno hablaba en su idioma y contaba sus hazañas, pero lo que no imaginaba era que cuando yo me iba a acostar los personajes salieran de sus estanterías como si se asomaran a un pueblo singular, a la gran plaza de un pueblo literario, en donde se
podia ver a Hamlet con su calavera en la mano preguntándose el ser o no ser de su personalidad, aunque don Quijote, mirándole, se asombraba de aquello porque él bien conocía su personalidad, la de un hidalgo que veía en en las tazas de café humeantes de Balzac molinos de viento y Sancho le decía que no, que eran volutas de humo para excitar el cerebro del novelista y que escribiera más y más.Todo aquello, sentada en un vagón de ferrocarril y asomada a su ventanilla en la estantería de los rusos, lo veía Anna Karenina, cubierta con su sombrerito azul y agarrando su pequeño bolso lleno de secretos porque allí ella no solo llevaba su lápiz de labios, las cremas y unas tijeritas, sino también una pequeña caja llena de mentiras ocultas, otra con las traiciones y las infidelidades y otra con las tentaciones y los celos
Yo seguía allí, quieto en la oscuridad, apenas me movía en el sillón del despacho, entraba una diminuta rendija de luz por los ventanales porque se habían dejado encendidas las luces de las oficinas de enfrente y la cara sombría de Juan Rulfo apenas se veía en la oscuridad. Era una cara sembrada de arrugas, como el campo, como si hubieran arado el campo, la nariz, las mejillas, los ojos, y cuando don Quijote, lanza en ristre, se acercó hasta la balda de los mexicanos y le preguntó qué significaba Comala, si era tierra o no de conquista, Rulfo levantó los ojos y los extendió sobre el campo y yo vi perfectamente la extensión del silencio y del campo, como si allí nadie hubiera vivido nunca y el silencio mostrara sus muertos.
Y así amaneció, sin yo moverme, aquella no, rodeado por los libros.
José Julio Perlado
(del libro “Relámpagos” ) ( relato inédito)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
( Imágenes- 1- don Quijote/ 2- Balzac/ 3- Hamlet/ 4 – Garbo en Anna Karenina/ 5- Juan Rulfo)
Cuenta Rilke que, en París, pasaba siempre junto a una mujer a la que arrojaba una moneda en el sombrero. La mendiga permanecía totalmente impasible, como si careciese de alma. Un buen día, Rilke le regala una rosa. Y en ese momento su rostro florece. Él ve por primera vez que ella tiene sentimientos. La mujer sonríe, luego se marcha y durante ocho días deja de mendigar porque le han dado algo más valioso que el dinero.