
– Para muchos Cela era un hombre bronco. Para mí no lo fue. Yo le fui a visitar a la casa que aún conservaba en Madrid, en Ríos Rosas 54, aunque él ya vivía en Mallorca. Pero había muchos Celas dentro de su personalidad. Hablamos de sus prólogos, de los prólogos que él había escrito para distintas obras suyas y para distintas ediciones y a él se le veía muy cómodo en aquella conversación. Hablamos también del oído que tenía que tener el prosista y de que para él, así me lo dijo, el oído del prosista tenía que ser más fino que el del poeta e incluso que el del músico. Me dijo que él había intentado reflejar la España de su tiempo, pero no el costumbrismo. Hablamos igualmente de sus muchos viajes por España y de la influencia de ambientes que él había recibido precisamente de esos viajes, del habla de las gentes… Hablamos, pues, de muchas cosas. Luego comí con él y con Charo, su primera mujer, una persona encantadora, y al final, ante mi sorpresa, me anunció que iba a regalarme este ejemplar realmente valioso que usted ve aquí, este objeto que luego, al cabo del tiempo, cada vez que lo abro y contemplo de nuevo como ahora lo hago con usted, no sólo estas páginas de escritor sino las ilustraciones del pintor, es decir, estos dibujos de Picasso trazados con la seguridad que le caracteriza, me hacen pensar como contraste en los altibajos que suelen tener muchos artistas, en los de Cela, que los tuvo por supuesto, pero principalmente en los de Picasso, que yo conocía bien, más sorprendentes quizá, revelados, espero que de modo sincero, por Francoise Gillot, una de sus mujeres, que contó escenas privadas de su vida en común en torno a 1947. Siempre me han interesado esos altibajos o esos ánimos y desánimos de los artistas, porque son altibajos que también tengo yo y porque son muy humanos y corrientes y sobre ellos he publicado hace tiempo algunas cosas. Forman parte de los vaivenes del proceso creador. Pero en el tema de Picasso, cada vez que contemplaba estos dibujos, me acuerdo que me sorprendían más aún sus titubeos porque aparentemente Picasso parece un artista muy seguro de sí mismo y que se adentra impetuoso a romper moldes y a iniciar movimientos y al que en un principio no se le adivinan incertidumbres. Y sin embargo Francoise Gillot relata las lamentaciones del pintor cuando en 1947, con sesenta y seis años de edad y tras haber pintado en 1907 “Les demoiselles d ‘Avignon” o en 1937 el “Guernica”, haber atravesado de modo admirable sus periodos azul y rosa y haber expuesto en medio mundo, se niega a levantarse de la cama para ponerse a trabajar. Mi pintura, se lamentaba Picasso en aquellos momentos según cuenta Gillot, cada vez va de mal en peor, cada día trabajo peor todavía que el anterior, estoy terriblemente desesperado y me pregunto por qué he de levantarme, ¿para qué he de pintar?, a lo que Francoise , si hemos de creerla, contestaba: “todos tus amigos te aprecian, tu pintura es maravillosa, esta opinión es compartida mundialmente. A través de tu obra, puedes estar seguro de que algo va a cambiar. Hoy harás algo extraordinario. Ya lo verás cuando esta noche hayas acabado tu labor. Te sentirás un hombre completamente diferente”. Y Picasso, sentado en la cama, preguntaba : “¿Sí? ¿Estás segura?”.
José Julio Perlado
“Los cuadernos Miquelrius”
(Imagen – wikipedia)