ANTE MIGUEL DELIBES

Me he cruzado varias veces cartas con Miguel Delibes. Por lo que él cuenta le veo como el hombre más feliz del mundo cantando y silbando encima de su bicicleta aquellos años primeros en que él iba en busca de Angeles de Castro, entonces su novia y luego su gran amor y cuya muerte le provocaría profunda depresión. Ya iba con los oídos despiertos como cazador de palabras, palabras rurales, escondidas en las habitaciones de las casas de Castilla, escondidas en los desvanes de las mentes, palabras a punto de morir al no ser ya usadas. La civilización y las costumbres las habían ido borrando y el oído de Delibes, al escucharlas en labios de un labriego, las recogían y luego las manos las llevaban al papel. Si no eran resucitadas por completo, sí al menos quedaban restauradas de alguna forma en el calor de los diálogos que Delibes escribía. Con motivo de unas anotaciones que yo hice sobre su libro “La hoja roja”, Delibes me escribió diciendo lo muy agradecido que estaba “a alguien que nos ayuda a vernos a nosotros mismos, y lo hace de una forma desinteresada. Mi entrañable gratitud por ello”, me decía.

Estuvimos juntos en Madrid cuando le nombraron “doctor Honoris causa” por la Universidad Complutense y charlamos con detenimiento. Le recordé lo que él había dicho, que “los chicos jóvenes de los pueblos de Castilla no hablan hoy como sus mayores, como no visten como sus mayores, de manera que lo que veo es que hemos desbaratado una cultura rural que tenía muchos valores. Pero lo terrible para mí es que no veo de momento que lo hayamos sustituido por nada noble” . Releyendo estudios sobre su obra, siempre uno se encuentra con que Delibes nos habla del mundo rural, “aquél que está condenado a desaparecer con su cultura; el que ni siquiera molesta ni aporta, que está expuesto a la miseria y al hambre, al abandono u olvido, a las migraciones y a la indiferencia social.” Ese mundo rural como escenario le acompañó siempre.

Después, al cabo del tiempo, la figura de Delibes se aleja de mis recuerdos, sus mejillas se emblandecen, su mirada la recoge el cansancio. Enfermo, dijo a sus 89 años una frase que a mí siempre me ha hecho pensar: “Esta vida está muy bien, pero para un rato”.

José Julio Perlado

(Imágenes— wikipedi@)

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