
Esta pupila puede ser la de cada uno de ustedes que están en la sala— dijo el guía en cuanto entramos a verla —; viendo esta pupila como si fuera un espejo, como si fuera un retrato de lo que ustedes van a ser a los 77 años, cuando miren entre el recuerdo y el porvenir el futuro de su vida. Hemos querido bautizar esta pequeña sala del Museo de la mirada así, simplemente, como pupila, no como la pupila del director, guionista y actor sueco Víctor Sjöström, pionero del cine mudo en Suecia, que es a quien pertenecen estos ojos porque no nos interesa ahora rememorar ni destacar a Sjöström, ni tampoco al fotógrafo Gunnar Fischer que es quien le iluminó la cara, ni tampoco al director de cine Ingmar Bergman, ni tampoco la película “Fresas salvajes” que es donde este rostro aparece. Esta pupila es única y es común, es corriente, guarda todos los recuerdos de la juventud, el río, los columpios, las peleas con los hermanos, la primera vez que besó a una chica, sus primeras notas escolares, los enfados, los portazos, el matrimonio, los fracasos, los aciertos, cuando esta pupila se inyectaba de ira o se consumía de deseo, aquella vez que esta pupila se derramó en lágrimas por la muerte de su madre, el trabajo, la fatiga, la jubilación. También los atardeceres que contempló extasiado, incrédulo ante tanta belleza, los cuadros que admiró, las páginas de los libros, las imágenes de las películas, los asombros, las decepciones. Creía esta pupila que la vida era otra cosa, pero no, la vida era así, lo que le iba indicando esta pupila. Esta pupila ahora no nos interesa tampoco como agujero situado en la parte central del iris y por el cual penetra la luz al interior del globo ocular. Esas son cosas para los médicos, para los libros. Esta pupila, que podría ser perfectamente la de usted, en el momento en que se cierra por la noche e intenta apaciguarse y descansar, lo que recibe a veces es una multitud de sueños que le rondan y le rodean, sueños graníticos, que se pueden tocar, sueños palpables como realidades, y entonces la pupila no sabe si se cansa o descansa, mira los sueños como un paisaje que durará hasta la madrugada. Pero en la madrugada, en la mañana, cuando este rostro que puede ser el suyo, se acerca al espejo para afeitarse, reconoce una vez más las bolsas bajo los ojos, que son marcas y curvas que van dejando los años puntualmente, que luego fijan cada sueño, pero que sobre todo dejaron antes los años para que esta pupila se asome ahora a la ventana de su edad y mire, como puede mirar un niño, con incertidumbre y con confianza, lo que le espera, las dudas y las certezas, lo desconocido y el misterio, e implore, desde su pupila, ser acogido con misericordia y con ternura.
José Julio Perlado
(del libro “La mirada”) (relato inédito)
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(Imagen- Víctor Sjöström- “Fresas salvajes”)