
Hisae seguía escuchando todas aquellas vicisitudes del largo viaje de Bashō, apenas se atrevía a intervenir ni a interrumpir. Estaba fascinada por el relato.
Cuando escriba todo esto — comentó Bashō — lo titularé “Sendas de Oku” porque así es como ocurrió.
Entonces prosiguió Bashō durante muchas tardes contándole a Hisae, allí, en la pequeña cabaña, algunas de las cosas más singulares que había visto o que le habían sucedido. Por ejemplo, la visión del paisaje de Matushima y de sus islas. Es imposible — le dijo Bashō algo emocionado— contar el número de islas que hay allí. Una se levanta como un índice que señala al cielo; otra se tiende boca abajo sobre las olas; una parece desdoblarse en otra; la de más allá se vuelve triple; algunas, vistas desde la derecha, parecen ser una sola y vistas del lado contrario, se multiplican. Hay unas que dan la impresión de llevar un niño a la espalda, otras como si lo llevaran en el pecho ; algunas parecen mujeres acariciando a su hijo. El verde de los pinos es sombrío y el viento salado tuerce sin cesar sus ramas de modo que sus líneas curvas parecen obra de un jardinero. Dicen que este paisaje fue creado en la época de los dioses impetuosos, la divinidad de las montañas. Ni pincel de pintor ni pluma de poeta pueden copiar estas maravillas.”
Jose Julio Perlado
( del libro ”Una dama japonesa”)
(relato inédito)
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(Imagen— Yamatame- museum of art)