
Recuerdo, por ejemplo, una iluminación, un relámpago al aire libre, un relámpago en lo alto de una mañana de agosto, un relámpago en pleno día, un relámpago interior, si así puede llamarse: serían las ocho y media o nueve menos cuarto de la mañana, un viernes, yo caminaba sobre la arenilla de un sendero no lejos de Punta Umbría, en Huelva, al sur de España. Había tomado la tarde anterior una gran decisión y la había tomado en la confluencia de dos ríos, el Tinto y el Odiel , dentro de una barca, y ahora todas las piedras y árboles y setos que había en aquel camino aparecían inundados de sol, iluminados por el relámpago que siempre he visto allí; cada vez que he hecho memoria no he podido ver en aquel camino mas que la luz, un camino de luz blanca, un día blanco, mis pisadas sobre la arenilla y sobre las pequeñas piedras estaban invadidas de alegría, yo tenía en aquella mañana dieciocho años, las decisiones que se toman definitivamente y de pronto, es decir, tras una larga meditación, pero a la vez de pronto, a veces marcan un camino de luz, de insospechada alegría, entonces, uno no sabe por qué, ese sol y esa arenilla de los caminos que yo pisaba (es como si aún oyera ahora las suelas de mis zapatillas de verano sobre la arenilla) marcaban y rodeaban el resplandor de la mañana, una mañana fresca y limpia, había una luz, o creo que había una luz, parece que aún lo veo, sí, sí había una luz en la superficie de las flores, estoy casi seguro de que era así. Son iluminaciones que duran, le acompañan a uno toda la vida. Beckett revivió toda su vida una iluminación oscura y nocturna en un muelle irlandés y volvió una y otra vez sobre ella y yo vuelvo a mi vez a este camino de resplandor, lo opuesto a la iluminación oscura, una mañana limpia e interminable en la memoria; cada vez que mi memoria abre una compuerta aparece igual que un flash, como una escena, este caminar mío muy de mañana en estos senderos no lejos de Punta Umbría; pocas veces he visto casas tan radiantes, a lo mejor no eran en sí radiantes pero yo así las veía, eran blancas y azules, techos azules, paredes blancas, puertas abiertas, era verano y primera hora, la vida estaba ante mí, ¿qué había decidido?, a veces no se sabe bien lo que a uno le espera cuando ya ha decidido, sobre todo porque las sucesiones tras las decisiones felizmente permanecen ocultas, si no uno no andaría a tientas después de la decisión como suele ocurrir, uno toma una decisión que parece segura y definitiva, y en el fondo así es, pero cuando se creía ya todo resuelto sólo por haber tomado esa primera decisión, uno debe de seguir aún largo tiempo andando a tientas, empujado, sí, por la decisión, pero sin saber qué le aguardará a lo largo del camino. Es lo normal. Lo cierto es que esa escena que estoy contando, ese relámpago vibrante en plena mañana de agosto siempre está ahí, no se cierra, y si yo creo que puedo cerrarlo y pienso en otra cosa, ese camino de arenilla invadido de sol y de luz lo que hace es apagarse momentáneamente, se queda escondido en mi memoria hasta que vuelvo a él otra vez, e instantáneamente vuelve a encenderse y me veo como siempre que me he visto andando sobre la arenilla en una mañana radiante de alegría y de sol. Estos son los pequeños relámpagos , las pequeñas y grandes iluminaciones,de los que hablaba hace un momento dentro del gran relámpago que es la vida.”
José Julio Perkao
(/extractos de mis “Memorias”)
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(/Imagen — Emil Nolde)