“Yo he nacido un miércoles, que es un día azul— escribe el matemático británico Daniel Tammet—. Los miércoles son siempre azules, lo mismo que el número 9 o el ruido de una disputa. Yogurt es amarillo, vídeo es violeta y puerta es verde. Igualmente puedo cambiar el color de una palabra añadiéndole mentalmente otras letras a la inicial. Todas las palabras no corresponden a su letra inicial: las palabras que comienzan por la letra A, por ejemplo, son siempre rojas, y aquellas que comienzan por W son siempre de un azul profundo. Como son azules todas las palabras que comienzan con una F.”
“El azul tiene profundidad – señalaba Kandinsky —. Ocurre lo mismo cuando se deja al azul obrar sobre el alma. La tendencia del azul hacia la profundización lo hace precisamente más intenso en los tonos más profundos y acentúa su acción interior. El azul profundo atrae al hombre hacia el infinito, despierta en él el deseo de pureza y una sed de lo sobrenatural. Es el color del cielo tal como aparece desde que escuchamos la palabra “cielo”. El azul es el color típicamente celeste. Serena y calma, profundizándose. Deslizándose hacia el negro, el azul se colorea de una tristeza que sobrepasa lo humano, pero de una manera distinta de como lo hace el violeta, una tristeza semejante a aquella en que suelen hundirse algunas personas en ciertos estados graves que no tienen fin y que no pueden tenerlo. Cuando se aclara, el azul parece lejano e indiferente como en el alto cielo. A medida que se aclara pierde su sonoridad hasta no ser más que una quietud silenciosa y blanca. Si se quisiera representar musicalmente los distintos azules, se diría que el azul claro se parece a la flauta, el azul oscuro al violonchelo y, al oscurecerse cada vez más, evoca la muelle sonoridad de un contrabajo. En su apariencia más grave y más solemne, es comparable a los sonidos más graves del órgano.”
(Imágenes—1- Rothko/ 2 – Matisse—3-Matisse)