“Como muchos libreros yo pertenecía al grupo de hombres que saben un poco, pero nada a fondo — cuenta Ernst Jünger en 1987, en sus Diarios “Pasados los setenta” ( Jünger está leyendo las confesiones de un literato y su cliente en la inauguración de una librería)—Puse en práctica la costumbre de los libreros de leer sólo por encima y hojear de pasada los libros nuevos que se editan. Me ocupaba sólo de las novedades, pero nunca de las fuentes del saber; era un vendedor, es decir, un intermediario y un agente. El trato con los clientes tiene también algo denigrante. Yo estaba obligado a acceder a los variopintos deseos de esos clientes, tenía que darles informaciones que, como yo mismo percibía, tenían algo de inexacto y confuso, también tenía que ensalzarles libros que no tenían nada de elogio. Todo esto conduce a la charlatanería, la superficialidad y a una actividad vacía(…) Y si me llenaba la caja con algo más de rapidez, me parecía que todo estaba en orden.”
Jünger añade ese día en su anotación un pasaje del Diario de los Goncourt de 1867: “ Un síntoma de los tiempos: la tienda del librero del muelle ya no tiene sillas. France era el último librero que tenía silla, la última librería en la que se podía charlar un poco y pasar el rato entre dos ocupaciones. Ahora los libros se compran de pie. Una pregunta y un precio: hasta ese extremo ha llevado a la venta de libros la devoradora actividad de la actual vida social…”
(Imágenes—1- Car Spitzweg- 1850/ 2-librería da Villa Sao Paolo/ 3- librería Ateneo – Buenos Aires)
Muy profundas palabras, me tocaron a lo profundo del alma.
Muchas gracias por el comentario.
A veces las palabras llegan a todo tipo de lectores abiertos a la belleza y al pensamiento.