VIAJE AL PUEBLO DEL ORO

 

“Enseguida vi la montaña deforme, partida por la mitad, y a sus pies, carretas y más carretas, hombres y más hombres con picos y escoplos, con martillos y palanquetas…  hombres encaramados aquí y allá a punto de matarse en equilibrios imposibles, atados por la cintura, por un brazo, por una pierna, por un simple pie, a alguna arista salvadora, pica que pica, arranca que arranca. El sol estallaba  contra la montaña entelarañada por caminos de brillantez que cegaban. Vetas y más vetas. Del oro, en aquel pueblo, no hacían gran cosa; se lo metían, por así decirlo, en la boca. Antes lo amontonaban un poco por todas partes y cuando les apetecía o cuando consideraban que ya habían arrancado bastante, lo pulían para que cegara. Era su manía; frota que frota, abrillanta que abrillanta: cómo brilla, cómo brilla. Como he dicho se lo ponían en la boca;  todos  llevaban dientes de oro, cuellos de oro en dientes y muelas. Y los sepultureros no paraban de arrancar puentes de oro, cuellos de oro a dientes y muelas antes de cubrir con láminas de oro la tierra madre de las tumbas donde enterraban a los muertos de aquel pueblo tan requeteamarillento y tan brillante.”

Mercè Rodoreda—“Viajes y flores’ (1980)

 

 

(Imágenes—1- Emil Nolde/ 2- Fan Kuan – Museo nacional de Taipé)