“Es cierto que no me gustan los sueños de los otros — decía Francois Mauriac —. De alguno que comienza a contarme lo que ha soñado escapo pronto. Me es suficiente saber que es un sueño lo que se me está contando para que no escuche más o no lea más. Tampoco siento interés por mis propios sueños que no podrían aburrirme puesto que los ignoro. No los cuento a nadie, sobre todo no me los cuento a mi mismo.
Es cierto que yo sueño mucho. El despertar me libra de una vida ilusoria, pero que al menos es vida. Mi experiencia sobre este punto no se identifica en absoluto con la de Proust. Él vuelve frecuentemente a esa angustia de sus despertares, sobre todo en habitaciones que no le son familiares y donde la realidad no coincide con sus recuerdos. Nada más salir de la noche, Proust ignora dónde se encuentra y quién es. El sueño ha hecho de él un ser sin memoria, arrojado enteramente a la bruta sensación del existir. Para mí, por el contrario, despertar es sentirme seguro, entrar en un mundo amigo dentro del cual me siento un dueño; es escapar a imágenes que me poseían y contra las cuales me encontraba sin ningún poder.
Por tanto mi sueño no lo hago mío; cada noche cierro los ojos con confianza y con un sentimiento de abandono: me duermo en estado de gracia. Pero no disfruto con mis sueños. Mi primer pensamiento al despertar es siempre un suspiro de alivio: “Ah! no era más que un sueño…” No es que yo me haya peleado con una pesadiila: simplemente me escapo de situaciones complicadas, no precisamente dolorosas ni siquiera penosas, —sino absurdas y algunas veces humillantes.”
(Imágenes- 1-Julia Fuillerton- Batten/ 2-julia Fuillerton-Batten-randall scoot gallery/