“Empezaron a reducirse poco a poco las palabras . Primero en Inglaterra y Alemania. Con 6 o 7 vocablos las gentes se entendían sin necesidad de mayor riqueza. En Italia, los gestos y la mímica —sobre todo los gestos en el aire, apenas esbozos de manos y de dedos —sustituyeron a cualquier sílaba ya que al otro le bastaba la mímica mediterránea. Fueron empobreciéndose los diálogos. Apenas se hablaba. Se amenazaba o se suplicaba con la mirada, las gentes se ponían en guardia sólo con la dureza de las pupilas. A veces se acompañaba todo eso con movimientos del mentón y siempre con juegos de manos y de dedos. Se inventaron palabras nuevas, mixtas y brevísimas. En España se amplió el silencio. Se extendió por todas partes el silencio. El lenguaje se desgastó y acabó enterrándose al no tener ya necesidad de usarse. Los idiomas quedaron en la mínima expresión, todo apoyado en la mímica. Algunos idiomas murieron. Un silencio pobló los cafés y las terrazas con sólo el ruido de las cucharillas y de las tazas. Se alternaba en las reuniones con ademanes. Únicamente se oía el ruido de los coches y de los autobuses al pasar. También se mantenía el ruido de las puertas al cerrarse. Un silencio se extendió por toda Europa, por campos y ciudades. Las mismas ciudades se convirtieron en vastos campos sin sonidos. El silencio se ensanchó como sombra e inundó las plazas. Los hombres se olvidaron poco a poco de hablar. Toda Europa era mímica, alguno aún se atrevía, pero muy pocas veces, a iniciar alguna palabra breve. Se hizo todo un campo de silencio en el mundo y aquello tardó muchísimos años en desaparecer y en restaurarse, y en que volvieran las gentes a emplear las palabras y poder hablar.”
José Julio Perlado — ( del libro “Relámpagos”) (relato inédito)
(Imagen —sir Kyffin Williams)