La actual exposición sobre Calder en el Centro Botín, en Santander, nos lleva a una evocación de su escultura y a las páginas que Werner Hofmann le dedicó comentando sus “mobiles”. “El viento o la mano del hombre, nunca un artefacto mecánico — explicaba Hoffmann —, se encargan de producir el movimiento. De los cuadros de su amigo Miró toma Calder las formas lobulares —- mitad escama de pez, mitad hoja — y las une mediante delgadas varillas de hierro. Con ellas construye paráfrasis de formas animales, de seres deslizantes y voladores, de pájaros y peces, e inventa metamorfosis de plantas, metálicos arbustos trepadores y temblorosas corolas que se abren a todas las direcciones.
La gracia de este arte se produce sin justificación ni excusa. Es cósmico y alegórico en muy hondo sentido. En él se guarda un hálito del pensamiento oriental y de la oriental economía en las formas: la delicada movilidad, la predilección por la asimetría y la excentricidad, y el equilibrio inestable susceptible de resolverse en toda suerte de movimientos. Los “mobiles” de Calder son juegos de una larga paciencia, fruto de un moroso meditar y sopesar, y no es casualidad que recuerden el “arte floral” japonés y otros géneros de las ‘artes aplicadas” orientales. La figura se despierta y se vuelve en el espacio y en el tiempo, y la forma recorre muchos estadios virtuales que el aire se encarga de suscitar. Otro rasgo esencial es que los mobiles reciben del espacio su capacidad de movimiento, y por ello, adelgazados hasta la pura silueta, entregan recíprocamente al espacio ambiente toda su forma.
Los mobiles son como un sonido hecho forma, o como el gesto de un acróbata que por raro milagro ha quedado inscrito en el espacio.”
(Imágenes -1-foto vaux Marc – Calder en su estudio en 1931/ 2, 3 y 4- mobiles de Calder)