«Conozco el hambre, la sentí. De niño, al final de la guerra, estaba entre los que corrían por la carretera al lado de los camiones de los estadounidenses y tendía las manos para atrapar las barras de chicle, el chocolate, los paquetes de pan que los soldados tiraban al voleo. De niño tenía tal necesidad de grasa que tomaba el aceite de las latas de sardinas y lamía con delicia la cuchara de aceite de hígado de bacalao que mi abuela me daba para fortalecerme. Tenía tal necesidad de sal que, en la cocina, comía del frasco, a dos manos, los cristales de sal gris.
De niño probé por primera vez el pan blanco. No era la hogaza del panadero, ese pan negruzco más que parduzco, hecho con harina pasada y aserrín que estuvo a punto de matarme cuando tenía tres años. Era un pan cuadrado, hecho en un molde con harina enriquecida, liviano, oloroso, de miga tan blanca como el papel en el que escribo. Y al escribirlo siento que se me hace agua la boca, como si no hubiera pasado el tiempo y estuviera directamente unido a mi infancia. La rebanada de pan que se deshace, nebulosa, que hundo en mi boca y que, apenas trago, pido más, más, y si mi abuela no lo pusiera en el armario cerrado con llave, podría terminarlo en un momento, hasta sentirme mal. Sin duda, nada me ha satisfecho igual, nada saboreé después que me haya calmado a tal punto el hambre, que me haya saciado hasta ese punto.
También la leche Carnation. Sin duda, distribuida en los centros de la Cruz Roja, en grandes latas cilíndricas decoradas con un clavel rojo. Para mí, durante mucho tiempo fue la dulzura misma, la dulzura y la riqueza. Saco el polvo blanco a cucharadas y lo lamo hasta ahogarme. También en esto puedo hablar de felicidad. Después, ninguna crema, ningún postre me hizo más feliz. Era cálido, compacto, apenas salado, rechinaba en mis dientes y mis encías, corría como un líquido espeso por mi garganta.
Ese hambre está en mí. No puedo olvidarlo. Pone una luz aguda que me impide olvidar mi infancia. Sin duda, sin ella no habría conservado ninguna memoria de esa época, de esos años tan largos, donde faltaba de todo. Ser feliz es no tener que recordar. ¿Fui desdichado? No lo sé. Simplemente recuerdo que un día me desperté y conocí por fin la maravilla de las sensaciones saciadas. Con ese pan demasiado blanco, demasiado dulce, con olor demasiado rico, ese aceite de pescado que corre por mi garganta, esas cucharadas de leche en polvo que forman una pasta en el fondo de mi boca, contra mi lengua, fue cuando comencé a vivir. Salí de los años grises y entré en la luz. Era libre. Existía».
J.M.G. Le Clezio – «La música del hambre» (2008)
(Imágenes. – 1-Eugene Carrière/ 2.- Hele Schejerfberck/ 3.- Edouard Manet)
Profesor: leyendo su artículo, me he dado cuenta que yo fui una de esos niños
corriendo detrás de los camiones de los estadounidenses.
Eran finales de los años 50, estaban construyendo el oleoducto Rota-
Zaragoza, y pasaban por mi pueblo los camiones con los obreros al atardecer.
No había tanto hambre como en la posguerra italiana, como nos cuenta el autor. Pero les saludábamos y nos tiraban chicles y chocolate para regocijo de todos niños. !No todos los días teníamos esas golosinas a nuestro alcance¡
Avelina,
Muchas gracias por tu comentario. Esas son vivencias de niñez que no se olvidan, sobre todo en las guerras y posguerras. Los niños guardan para siempre esas imágenes que reflejan un momento y una vida. Lo que uno observa en su niñez queda como una fotografīa perpetua.
Siempre te recuerdo como una fiel y constante lectora y te doy las gracias.
Este año no presentaré nada en la Feris del Libro, pero eepero que así sea al año siguiente. Ya veremos cómo van de adelantados mis trabajos. No hay que precipitarse.
Un cordial y afectuoso saludo que deseo amplíes a tu marido
Siempre con mi agradecimiento.
!!Cuanto lo siento¡¡ el pasado año no pude asistir a la Feria del libro, y esperaba verle este año.
Los adelantos que nos regala de libros inéditos, como «Una dama Japonesa»,
«Relámpagos», etc.nos dejan con deseo de seguir leyendo.
Será la próxima vez, con mi agradecimiento
Avelina
Avelina,
Todo lleva su tiempo; en el caso de publicar libros aún más. Todo depende de los editores. Espero que pronto pueda publicarse otra cosa mía.
Saludos cordiales y mi agradecimiento.