
Recuerda Francisco García Lorca, hermano de Federico, que don Manuel de Falla vivía en un pequeño carmen en Granada, con un recatado jardín, una fuente con surtidor y espléndida vista sobre la ciudad y la Sierra. Era un ejemplo de modestia y de timidez incluso, ante muchachos como nosotros, Su cuarto de dormir, blanco, casi desnudo, con una cruz sobre la modesta cama, parecía la celda de un monje.Era también don Manuel un dechado de pulcritud, hasta el exceso (…) Fue una época en que se dieron en Granada muchos conciertos de primera clase, y a través de Falla conocimos personalmente a muchos ejecutores. Había pequeños y divertidos detalles de la vida del compositor : su manía por la asepsia que le llevaba a poner normas de higiene doméstica. La casa relucía de limpia. Don Manuel cronometraba el limpiado de dientes que se convitió en un delicado y minucioso ejercicio. No podía tampoco trabajar mientras él supiese que quedaba una mosca en su habitación, y había que cazarla. Todas estas maneras de Falla eran aspectos de la total pulcritud que gobernaba su vida.

Sus dotes musicales, que don Manuel reconocía sin decirlo, eran un don gratuito, una gracia de la que un día habría que dar cuenta: modestamente la música era para él no un arte sino un oficio. Y hablaba siempre del “oficio de la música”.” A los que Dios nos ha dado una gracia— decía—nos impone el deber de cultivarla.”El único mérito personal, que también era un deber religioso, radicaba en el esfuerzo y consagración voluntaria al perfeccionamiento de un don gratuito : :don quizá inmerecido del que había que hacerse digno por el trabajo.

(Imágenes- 1y 2– Manuel de Falla/ 3- manuscrito de “Poeta en Nueva York”)