
Hoy, como es frecuente, han asistido varios animales a nuestra tertulia. La hemos tenido de día, sin fogata especial, con la luz del sol haciendo de fogata y de llama que se enroscaba puntiaguda, culebreando los reflejos como si fuera una vela que iluminara el arrecife donde nos encontrábamos reunidos, un arrecife rodeado de agua, un arrecife pedregoso. Los animales esta vez los ha traído Alberto Durero, que suele venir de vez en cuando a la tertulia porque le gusta escuchar nuestras conversaciones e intervenir, y siempre llega acompañado de pergaminos con dibujos suyos de animales metidos en un cartapacio: una liebre, un rinoceronte, la cabeza de un león marino. En cuanto Durero ha extendido los pergaminos en el suelo entre las vestiduras blancas que todos llevamos, los grabados y dibujos se han enderezado, el primero que se ha puesto en pie ha sido el de la liebre, que ha levantado sus patas y ha empezado a corretear de un lado para otro entre nuestras piernas, de modo velocísimo e inesperado, tal y como si corriera por un bosque. Ha ido olfateando cualquier rincón de nuestra tertulia, nuestras palabras, nuestras voces, nuestra ropa, ha subido y bajado por la luz del sol que levanta hacia arriba la llama, y parecía muy enloquecida. Es una liebre rápida y muy suave, astuta, lista, que se ha quedado con nosotros durante mucho tiempo. Como también se ha quedado con nosotros el gran rinoceronte, precisamente se ha puesto a mi lado, de pie sobre sus enormes patas y que cuando viene parece tumbado, tan poderoso es su cuerpo y todo su armazón. Le he pasado la mano como siempre por las espesas placas que lo cubren, luego por su enorme cuerno afilado que es el que él emplea para combatir y al fin le he pasado la mano igualmente por toda su piel tan dura que parece invencible.

En ese momento, casi al finalizar de hablar el rey Manuel l, y como suele ocurrirnos muchas veces en varias tertulias, empezaron a pasar por encima de nosotros, envolviéndonos con sus alas durante bastante tiempo, una nube de mariposas albinas, algunas bellísimas, con un ligero tinte de melocotón, que revolotearon sin cesar casi impidiéndonos hablar. Pero al fin alguien preguntó : “Entonces, este rinoceronte que tenemos aquí, ¿es solo una invención de Durero?”. El propio Durero quiso contestar que su obra era un grabado del rinoceronte basado en el original, pero ante el cual él se había permitido hacer algunas libertades. Por ejemplo ,describir la extraña piel del monstruo simulando una armadura metálica, y, sobre todo, colocando un segundo cuerno que le asomaba por la espalda.
Yo seguía acariciando la dura piel de aquel enorme rinoceronte que tenía a mi lado y continuamos nuestra tertulia mientras las mariposas albinas volvían a pasar.
José Julio Perlado
(del libro “Relámpagos”) ( texto inédito)
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(Imágenes— 1- liebre – Durero/ 2- rinoceronte- Durero/ 3- Durero- autorretrato)