
Por uno y otros motivos que no son fáciles de explicar, tardé en volver casi un mes a reanudar mis visitas habituales al museo de la Mirada, pero el día en que llegué a la sala donde exponían la fotografía de Virginia Woolf realizada por la francesa Gisèle Freund mis recuerdos de lecturas de muchos años atrás se avivaron repentinamente y la curiosidad me dejó inmóvil ante las palabras que estaba pronunciando el guía. Observé atentamente los ojos de la novelista inglesa que de algún modo parecían perdidos entre el futuro y el pasado, quizá pensando en todo lo que había escrito y lo que aún le quedaba por escribir, y escuché cuanto se estaba explicando de aquella imagen ya célebre. “Esta fotografía — comentaba el guía en aquellos momentos— se obtuvo en junio de 1939, cuando Virginia tenía 57 años, es decir, dos años antes de morir. Gisèle Freund quiso evocar la impresión que Virginia Woolf le produjo mientras la retrataba: “ Era la.encarnación misma de su prosa. Era alta y espigada, y los rasgos de su rostro ascéticos sorprendían por su belleza. Unas cejas prominentes coronaban sus ojos grises de profundas órbitas. Su boca de labios tiernos tenía una expresión de tristeza patética. Su nariz recta y fina parecía carecer de carne. Su rostro, como bañado por una luz interior, reflejaba a un tiempo una sensibilidad visionaria y una gran sinceridad.” Durante la sesión de fotos en su casa de Londres— se hicieron unas cuarenta fotos —- estuvo presente, sentada en un sofá, la intelectual argentina Victoria Ocampo, que es la que había presionado a V irginia para que aceptara a posar, algo que a la Woolf le incomodó y aprobó al fin contra su voluntad

¿ En qué pensaba Virginia Woolf mientras la estaban retratando ? El 12 de abril de 1938 anotaba en su “Diario”: “Anoche empecé a inventar otra vez una noche de verano: un todo completo: ésa es mi idea”. Sería el germen de la novela “Entreactos “ que era la que deseaba escribir y que concluiría el 23 de noviembre de 1940. Por tanto, la mirada de Virginia aquí, dijo el guía, no es una mirada exterior la que nos muestra, no es una mirada hacia la guerra que devastaba Europa en aquellos meses, tampoco es una mirada a cuanto estaba ocurriendo esa tarde en la casa ( “Victoria Ocampo — escribió Virginia el 24 de junio de 1939 en su “Diario” —, trajo a Gisèle Feund con todo su aparatoso equipo, que fue instalado en el salón. Total, tuve que posar— ¡maldito sea todo este mezquino y vulgar asunto de la publicidad! —-a las tres. No hubo manera de escurrir el bulto, con Ocampo en el sofá y Freund ahí en carne y hueso. De modo que mi tarde se ha evaporado de la manera que más detesto y que más me perturba.”)

Entonces, ¿en qué pensaba Virginia con esa mirada perdida?—- volvió a preguntarse el guía— “Nunca había pasado una temporada mejor — pondría Virginia en su “Diario” del 6 de octubre de 1940 — que escribiendo “Entreactos” ; en realidad me complace”. El 5 de noviembre anotó: “Estoy muy feliz y excitada con “Entreactos”. Y el 23 de noviembre, al acabar la novela, sintetizó todo : “ Me siento algo triunfante por el libro. Creo que es una tentativa interesante dentro de un método nuevo. Creo que es más quintaesenciado que los otros. Le he sacado mejor partido. Una acción más rica y ciertamente más refrescante que la angustia de “Los años” . He disfrutado escribiendo casi cada página”. Es significativo , añadió el guía, que el marido de la novelista, Leonard Woolf, dijera que la mañana en que acabó “Entreactos”, ya estaba pensando en el primer capítulo de su próximo libro. Como siempre sucedía con ella, antes de acabar un libro ya tenía en mente una idea del tema y forma de otro. El libro siguiente a “Entreactos”, y que no vivió para escribir, se iba a titular “Anon”, un “libro apoyado en hechos”.
Pero todo eso aún estaba muy lejos. La mirada de Virginia Woolf — siguió diciendo el guía—- no podía proyectarse hacia el futuro, hacia las nieblas que envolvían su futuro en la mente, a las líneas que ella escribiría el viernes 28 de marzo de 1941 cuando le dejó una carta a Leonard sobre el mantel de la sala de estar antes de dirigirse hacia el río: “Querido : creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a recuperarme en esta ocasión. He oído voces y no me puedo concentrar. (…) Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento todo lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo.(…) Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir correctamente. No puedo leer. Cuanto quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú. No queda nada en mí más que la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.”
José Julio Perlado
(del libro “La mirada”) (relato inédito)
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(Imágenes— 1- Virginia Woolf por Gisèle Freund- 1939/ 2- Gisèle Freund/ 3- Virginia Woolf- 1939/ Virginia Woolf)