
“ De las casas de las hileras de calles de alrededor — escribía el novelista alemán Hermann Kasack en 1947– sobresalían sólo las fachadas, de forma que mirando oblicuamente por las desnudas filas de ventanas, se podía ver la superficie del cielo. No hay vehículos en ningún lado, y los peatones vagan apáticamente por las calles de escombros como si no sintieran ya lo desolado del entorno. A otros se les podía ver en los edificios de viviendas derrumbadas, despojados de su finalidad, mientras buscaban restos de enseres sepultados, recogían allí un trocito de lata o de alambre entre los cascotes, reunían acá algunas astillas en las bolsas que llevaban al hombro y que parecían cajas de herborista.

Aquí se desplegaban chaquetas y pantalones, cinturones de hebilla plateada, corbatas y pañuelos de colores; allá se habían amontonado zapatos y botas de toda clase, que normalmente se encontraban en un estado francamente dudoso. En otros puestos colgaban de perchas trajes arrugados de diversos tamaños, chaquetas regionales y jubones aldeanos pasados de moda.” Todo este relato de desolación y de desorden lo comenta ampliamente el gran escritor alemán W.G. Sebald en su libro ”Campo Santo”. Han pasado más de setenta años y el espanto de una guerra se repite una vez más con todos sus momentos de desazón. ”La crueldad en la destrucción— decía Kasack en 1947– supera las fuerzas demoníacas. Despegaban mensajeros en bandada de la muerte para arrasar las naves y edificios de la gran ciudad, en proporciones mayores que en ninguna otra guerra asesina, con el éxito y la contundencia del Apocalipsis.”

Y en medio de esas ventanas destrozadas y de rostros que huyen, como hoy en Ucrania, el miedo, el miedo permanente. El miedo, según las reflexiones clásicas, es un sentimiento de impotencia, un verse amenazado por un mal inminente que es más poderoso que nosotros. El miedo se refiere a un mal futuro, al que no se puede resistir (aunque los ucranianos resistan bien), porque supera el poder del que teme. Y los remedios para el miedo son la esperanza, por la que nos dirigimos a los bienes futuros arduos pero posibles ; la audacia o valentía, que nos lleva a afrontar el peligro inminente; y todo aquello que aumente el poder del hombre, como por ejemplo, la experiencia, que hace al hombre más poderoso para obrar.
José Julio Perlado
