
Uno se acostumbra a la guerra como a todo. ”¿Qué remedio? — decía Montaigne—. Es el lugar de mi nacimiento, y de la mayoría de mis antepasados. Han puesto en él su afecto y su nombre. Nos endurecemos al punto de soportar todo aquello a lo que nos acostumbramos. Y con una condición miserable, como es la nuestra, la costumbre ha sido un regalo muy beneficioso de la naturaleza, pues adormece nuestro sentimiento para que podamos sobrellevar muchas desgracias. Las guerras civiles tienen algo peor que las demás guerras: nos ponen a todos al acecho en nuestra propia casa (…) Es una situación extrema ser hostigado incluso en el propio hogar y retiro doméstico. El lugar donde resido es siempre el primero y el último en sufrir los embates de nuestros disturbios, y en él la paz nunca presenta un semblante completo.”
(Imagen—Dirk Skreber- 2001- engholm galerie kerstimengholm)