“La infancia es el mundo del milagro o de lo maravilloso— escribe Ionesco en sus “Diarios” —: es como si la creación surgiese, luminosa, de la noche, completamente nueva y totalmente fresca, y completamente asombrosa. No hay infancia a partir del momento en que las cosas no son ya asombrosas. Cuando el mundo parece “visto ya”; cuando nos acostumbramos a la existencia, nos convertimos en adultos. El mundo de lo mágico, la maravilla nueva, se hace banalidad, tópico. Eso es, exactamente, el paraíso, el mundo del primer día. Ser expulsado de la infancia es ser expulsado del paraíso, es ser adulto. Se conserva el recuerdo, la nostalgia de un presente, de una presencia, de una plenitud, que se intenta volver a encontrar por todos los medios. Volver a encontrar aquello, o la compensación (…) Cuando se quiere vivir, ya no es la maravilla lo que se busca, sino, a falta de eso, a lo que sólo la infancia o una lucidez sencilla y superior pueden tener acceso, a falta de eso, lo que se busca es ser saciado. Nunca se consigue, no se puede conseguir. Los bienes no son la vida.”
(Imagen — Walter Morí- 1956)