“Uno de los rasgos más aparentes de Zenobia — escribió Ernestina de Champourcin, que la conoció bien — era sin duda su alegría. Una alegría, una sonrisa peculiares en ella, que brotaba, como le oí decir un día a Juan Ramón, casi universales, o sea, que brotaban fácilmente para todos o casi todos, aunque los observadores atentos no dejamos de percibir un matiz especial de ternura cuando esa alegría y esa sonrisa iban dedicadas al poeta o eran suscitadas por él. En una mujer de índole más maleable, el talante en apariencia austero de Juan Ramón hubiera podido empañar o reprimir su espontaneidad, esa frescura tanto interior como exterior que constituía uno de sus mayores atractivos.
(…) En el hogar de Juan Ramón y Zenobia que conocí en Madrid — seguía contando Ernestina de Champourcin — el ajuar era sencillo, pero de buen gusto. Siempre había algún jarrón con flores, y aunque faltara a veces la dueña de la casa, su presencia se advertía sin esfuerzos en los más delicados detalles. Era raro marcharse de allí sin haber tomado una taza de té o un refresco servido con todo esmero.
Más tarde, al inaugurarse la tienda de artesanía española establecida por Zenobia en colaboración con algunas amigas, la trastienda pasó a ser un grato lugar de tertulias donde nos reuníamos a tomar el té alrededor de una mesa primorosamente puesta con mantelería de Lagartera, vidrio de Granada y loza de la Cartuja.
Recuerdo también que alguna de las asistentes a aquellos tés nos ofrecía a veces unas gotas de una misteriosa esencia de naranja que tal vez sustituía a lo que en algunas marcas de té inglés o americano se llamaba “Orange Pekoe”.
Fue curioso que Juan Ramón colaborara asimismo en la tienda, yendo los sábados, según me contó su mujer, a darles consejos para cambiar el escaparate. Su buen gusto se adivinaba después en la sorprendente combinación de colores, mezclada con los reflejos verdes o color caramelo de los objetos de vidrio típicos.
Los Jiménez echaron mano de toda la gente joven que conocían, y tuvimos muchas reuniones en aquel piso no muy grande, en las que no faltábamos los interesados por la poesía o la pintura. ¿Cuál era la actitud — interior y exterior — de Zenobia ante todas esas chicas que no disimulaban su incontrolado entusiasmo por su marido? Estoy segura de que muchas personas se han planteado la pregunta: “Zenobia ha estado preocupada” ¿Sería posible? Claro que toda mujer enamorada es celosa; pero pensemos un poco en la personalidad y la educación de Zenobia. Española de nacimiento, era americana por educación, independiente y sobre todo franca. Y esperaba esa misma franqueza de los demás. Que el alocamiento de alguna de esas niñas la pusiera en una situación difícil es posible: las hablillas, los comentarios han quedado ahí, adornados, claro está, con el paso del tiempo. Pero lo cierto es que cuando Zenobia interrumpía cualquier charla para decirle a Juan Ramón: “ Te llama por teléfono tu niña”, no se advertía en su voz ninguna vibración especial. En realidad, ella sabía que en el fondo se trataba sólo de eso: de niñas jugando a enamorarse del poeta.”
(Imágenes—1- Zenobia Camprubí- genealogías/ 2- Ernestina de Champourcin/ 3- García Lorca, Juan Ramón y Zenobia , entre otros – hoy es arte)